Ha arrasado. Su eslogan de «los americanos primero» ha calado mucho en un país donde la economía tiene un peso muy relevante y la imagen de un hombre de carácter ha podido con el de una mujer conciliadora como Harris. Tanto que, hasta se han olvidado de todas las sentencias en su contra, las causas que aún tiene pendientes, e incluso el asalto al Capitolio, del que fue su principal instigador. Así que, más que, contra todo pronóstico, ha sido contra el deseo de muchos, no solo de los demócratas norteamericanos sino también de los europeos, los ucranianos y los chinos que el empresario neoyorkino se ha impuesto en las elecciones presidenciales del pasado martes.
Aunque Donald Trump es un personaje impredecible, que actúa por impulsos y habla sin pensar, no ha ocultado en absoluto su intención de proteger los productos estadounidenses y recortar cualquier gasto que él considere «superfluo» por lo que podemos esperar una batalla de aranceles y bloqueos a todos los productos que ahora circulan con relativa comodidad, entre el viejo continente y el gigante asiático con EE.UU. Su amistad con Putin augura un importante recorte en la ayuda militar que Washington está aportando a Kiev, si bien, parece bastante improbable que logre imponer un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania. Veremos cómo actúa con relación a la OTAN, organización que considera muy costosa y poco operativa.
Por lo que respecta a Oriente Próximo, sus buenas relaciones con Benjamín Netanyahu, pese al disgusto que se llevó cuando este felicitó a Biden por su elección hace cuatro años, no auguran ningún cambio sustancial en el conflicto entre israelíes y palestinos. Lo más probable es que el premier israelí continúe con su campaña de aniquilación de los palestinos y limpieza del sur del Líbano hasta que esté completamente convencido de que no queda ningún peligro en Gaza o alguien le pare los pies en su país. Tampoco es previsible que Trump cambie su política hacia Arabia Saudí, los Emiratos Árabes ni Jordania con los que mantiene una estrecha colaboración y comparte grandes intereses económicos.
Harina de otro costal es Irán, país que se verá, todavía más acorralado en un entorno muy hostil y donde solo cuenta con aliados que tienen sus propios problemas como Rusia y no pueden permitirse distraerse más que de manera diplomática con las preocupaciones de Teherán. En definitiva, salvo que el conflicto israelí-palestino se extienda a Siria o se produzca alguna revuelta, de momento, insospechada, en algún otro país de la Península Arábiga, la continuidad será la tónica dominante. Ya sabemos, «perro ladrador, poco mordedor».