De una cumbre a otra, sin saltar el charco, el Cervantes se queda en la casa madre. De Luis Mateo Díez, el año pasado, a Álvaro Pombo, los dos españoles, los dos con un fuerte universo propio. Si el territorio de Mateo Díez es Celama, un páramo leonés doblemente interior, donde los perdedores solo saben perder, fracasar mejor, como diría Beckett; Pombo tiene su mundo en la psicología de los personajes, en el país de las ideas, en cómo rumian y ejecutan sus acciones y sus reacciones.
El genio que luce gorro marinero y vive en su ático del barrio de Argüelles en Madrid navegando entre libros es un narrador que está hecho de poesía y de filosofía a sorbos iguales. Le llega el premio cuando apenas ya se espera nada. A los 85 años. Y hace justicia a una obra que está llena de libros sorpresa, donde sus tramas le retuercen el cuello al cisne de las relaciones familiares y personales. Dio su paso en política de la mano de Rosa Díez.
Fue un pionero en salir del armario y declararse homosexual, a lo que añadió homosexual ascético en su particularísimo modo de ver y de escribir la realidad. Pombo no es una capillita más de las letras hispanas. Es una catedral. Es una lástima que se hayan quedado a la puerta del premio potentes nombres de la América latina como la nicaragüense Gioconda Belli, la mexicana Margo Glantz o el maestro de la nostalgia detectivesca, el cubano Leonardo Padura. El galardón no práctica el turnismo entre España y América que fue marca. Repite pues España con otro de sus clásicos vivos. Pombo hace un tiempo que dicta sus novelas, como las parlaba Torrente Ballester, también en sus últimas décadas.
Pero lo que publica hablado, acaba de aparecer en las librerías El exclaustrado, tiene ese sabor único a mezcla que quizá le venga del cántabro que es, donde montaña y mar se desafían casi de frente en una autonomía pequeña. Como poeta roza la excelencia. Prueben con Protocolos. Así empezó. Sus libros, como un Montaigne que novela, los salpimenta de citas en latín. Estamos ante un sabio. Hay en él también un caballero de tweed inglés de sus años en Londres. El latín de Catulo, odi et amo, fácil de traducir, odio y amo, resume su literatura. Él nos cuenta que a las personas no hay quién las entienda. Que el corazón es una víscera visceral.