Según dijo el periodista Jesús Quintero, «la incultura y la ignorancia siempre se habían vivido como una vergüenza». Es apropiado recordar este comentario ante lo que está ocurriendo en nuestro país, tras la gran tragedia que se pega como el barro en nuestras mentes, o al ver la amenaza a la res publica mundial a un lado y al otro del océano. El grave problema no está en la política, sino en el que hace una mala política. Política siempre ha habido, y es necesaria. Lo contrario sería la anarquía y el caos para abonar el terreno para la llegada de los «salvapatrias». Existe un divorcio que involucra a una población desorientada o acrítica que castiga a una manera de hacer política. El triunfo de Trump, de Milei o de otros populismos extremos tiene la misma explicación que las grandes tragedias como la de Valencia.
Una de las claves que puede explicar esta tendencia tan peligrosa está en «el político» que alcanza el poder aprovechando resquicios del control que tiene cualquier sociedad. Es el clásico listo que aprovecha al amiguete del que suele ser servil. Son los «trepas» que contaminan el ambiente. El resultado es la mediocridad, porque mediocres son sus mentes mal preparadas. Alguien dijo que, en el circo, cuando fallan los trapecistas, salen los payasos a la escena para distracción del respetable. Es una razón para entender lo que está pasando.
Pero también existe otro factor que podría explicar el porqué de esta corriente que polariza al mundo que presume de avanzado. En EE.UU. se ha demostrado que Trump alcanzó el poder casi absoluto gracias a la abstención (los que están cansados de una determinada manera de hacer política de «salón») y al voto del latino que ya se cree sajón, o de la población de color. ¿Cómo se explica esto?
Siempre me acordaré de un hecho de mi estancia larga en EE.UU. Acepté una invitación a comer de un colega. Su mujer, quizá para halagarme, no paró de ensalzar a España. Al final de tanto halago, tímidamente le pregunté qué fue lo que mas le gustó. Ella, muy complaciente, me respondió: «Pasear por sus calles, llenas de gente blanca, casi no vi a negros, aquí en Nueva York casi hay más negros que blancos...». Corrían los años 80. Su origen era latino, así que no sería admitida en los clubes de sajones como Trump. No nos olvidemos que el desclasado nutrió las huestes del fascismo.