Pelar percebes en el Vilas

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

XOAN A. SOLER

20 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Si la historia de la gastronomía atina, las comidas de trabajo se inventaron en el siglo XIX y por pura observación debieron de alcanzar la mayoría de edad allá por los años noventa, cuando no había mayor catedral del poder que el reservado de un restaurante en el que se juntaban un puñado de tipos, bien comidos y bien bebidos, que empezaban hablando del ebitda y acababan cinco horas después dios sabe dónde y con quién. No era este un circuito obligatorio, pero pregunten a quienes estuvieron allí en aquella época y sus testimonios diferirán lo justo. Convengamos en que el modelo ha entrado en decadencia y que el ejecutivo de éxito presume hoy de crossfit, abstemia y frugalidad, al menos en horario laboral. Por eso, esa comida que para siempre quedará asociada al terror de la dana está llena de dudas, incluida su existencia misma, porque algo huele a podrido en Dinamarca y confesar una puesta en escena tan desafortunada, con toda su vieja testosterona, solo puede ocultar una realidad más inconfesable todavía.

Hay comidas que explican una deriva política, como aquella que el año 2002 juntó a Manuel Fraga con Xosé Manuel Beiras y que, según la teoría que desplegó el periodista Alfonso Eiré en Eu estaba alí, precipitó la ruptura del nacionalismo —hoy recompuesto— diez años antes de la asamblea de Amio. Beiras y Fraga comieron en el desaparecido Casa Vilas, un mito para las generaciones veteranas de periodistas y políticos pero un fantasma para las de ahora, a quienes la historia de El Ventorro les debe de sonar a desafuero medieval. Pero hubo un tiempo en el que en salones como el del Vilas el chef le pelaba los percebes a todo un canciller alemán como Helmut Kohl. Eso. Hubo un tiempo.