Violencia

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

STRINGER | EFE

26 nov 2024 . Actualizado a las 11:28 h.

Bert sopló con fuerza este fin de semana, pero no logró arrastrar la violencia machista que corroe nuestra sociedad. Cuando una pala o una navaja se interpone en una relación de pareja, el mundo se derrite debajo de los pies y el ser humano pierde su condición. ¡Qué terrible tiene que ser irse a la tumba con un crimen así a las espaldas! Es el monstruo del Paleolítico anterior que reina en los recovecos más oscuros de las entendederas masculinas. Hay cuchilladas que duelen en el alma, y las que se quieren justificar en el amor, mucho más. Ese charco de sangre, que no hay manera de limpiarlo, queda pegado en el disco duro de la memoria para siempre. Chicos de película que se creen con derecho al cuerpo y a la mente de las demás. Como en los viejos tiempos, cuando Humphrey Bogart las dominaba a cachetadas en Sueño eterno o Glenn Ford le cruzaba la cara a Rita Hayworth en Gilda. Es difícil olvidar la imagen de Laia Marull con los ojos horrorizados en el balcón suplicando clemencia a Luis Tosar en Te doy mis ojos. Es imposible bajar más profundo en la indignidad. El reflejo en la pantalla del horror humano en forma de agresión a las mujeres en una noche todavía muy larga. Que se lo digan a ellas, que sufren en la oscuridad de Afganistán un apartheid de género, donde se ha decretado la nulidad de la vida en femenino. «Tú eres mi guía», le cantaban a Jamenei, el líder de una teocracia especialista en someterlas y donde un velo mal colocado puede llevarlas a la muerte. Hay demasiados apóstoles nostálgicos que alimentan la supremacía masculina, ese inagotable filón de violencia que inspira el crimen de cada día.