Para ser un asuntillo menor, un «malentendido sin mayor importancia», como señalaba el primer argumentario de Atresmedia en respuesta a David Broncano, han hecho falta apenas unos días para que el rifirrafe entre La revuelta y El hormiguero haya alcanzado la categoría de «agresión», como alegaba Pablo Motos el lunes. Cuando los titulares televisivos del principio de temporada auguraban la guerra que se avecinaba entre los dos programas de La 1 y Antena 3, la expresión era puramente metafórica. Resultaba imposible prever una escalada bélica como la actual, de cotas impensables para una oferta generalista con tendencia a diluirse en la complacencia. También era inimaginable aventurar que el formato recién llegado a TVE pudiese llegar a socavar el liderazgo en audiencias de un espacio bien cimentado en Antena 3.
La polarización que todo lo invade ha alcanzado incluso a ese momento en que, al final del día, alguien quiere sentarse en el sofá y poner la tele solo para desconectar y entretenerse. Hoy hay que tomar partido incluso en eso. Seleccionar en el mando el 1 o el 3 obliga a posicionarse más que el hecho de meter una papeleta en una urna. Con el público dividido en bandos que algunos quieren irreconciliables, Motos y Broncano argumentan para sus públicos y les cuentan lo que quieren oír. Hacer televisión también consiste en eso.