No puede haber mejor noticia que un alto al fuego entre dos fuerzas contendientes. Sin embargo, el acuerdo al que han llegado Israel y Hezbolá, por el cual ambos dejaran de bombardear, lanzar misiles y enfrentarse militarmente durante 60 días, debe ser valorado con gran cautela no exenta de cierto escepticismo. Netanyahu se ha apresurado a declarar que el cese de hostilidades tiene un triple objetivo. Por una parte, el retroceso de las fuerzas de Hezbolá al norte del río Litani, es decir, unos 30 kilómetros desde la frontera con Israel; y la ocupación de esa franja del territorio por fuerzas de la ONU, ya desplegadas in situ, junto con 5.000 efectivos libaneses garantizará, en teoría, que los extremistas no les atacarán. Esto le permitirá focalizar su defensa en Irán, el apoyo imprescindible de Hezbolá. En segundo lugar, ese desplazamiento de Hezbolá hacia el norte acabará con su apoyo a Hamás, aislando aún más a Gaza. En tercer lugar, el ejército israelí podrá replegarse, descansar y rearmarse después de que se hubieran producido graves problemas con el suministro de municiones. Todo ello, sin renunciar a la posibilidad de volver a atacar el Líbano en caso de ser agredidos.
Entretanto, gran parte de la población libanesa que se había visto obligada a buscar refugio en el norte del país regresa a sus localidades para comprobar la extensión de los daños que han sufrido sus viviendas y negocios. Muchos militantes de Hezbolá, la mayoría cubiertos con pasamontañas, se pasean por la zona ondeando su bandera amarilla y alardeando de haber vencido al enemigo israelí.
Nada más lejos de la realidad. Por primera vez en treinta años, y como consecuencia de los ataques israelíes, el ejército libanés tiene el control del aeropuerto y del puerto de Beirut, recuperando así las funciones que Hezbolá les arrebató. Además, y pese a la profunda división sectaria en el país, son muchos los que acusan a este grupo de ser responsable de la gravísima crisis política y económica en la que viven. Ahora, además del alto el fuego, surge la gran incógnita sobre la paulatina eliminación de la influencia de Hezbolá en la política libanesa si el resto de las facciones consiguen poner a un lado su rivalidad en aras del bien común para recuperar un país que no debieran haber perdido jamás.