Vivienda en planta baja: privacidad e integración

Juan Creus ARQUITECTO

OPINIÓN

JOSE PARDO

06 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La vivienda digna es un derecho y, por tanto, una prioridad de cualquier sociedad que aspire a ser justa, lo que implica a todos los que intervienen en su creación. La dignidad de una vivienda reside principalmente en la calidad y en una economía que se adecúe a los recursos. La calidad tiene que ver con resolver con holgura las necesidades de sus usuarios e implementar además su desarrollo y confort. La economía conlleva no perder ni poner en riesgo la estabilidad presupuestaria de los que intervienen en su construcción y de quienes la usan. Por supuesto, la más eficiente es la que consigue una mejora para todos ellos.

La vivienda debería ser un lugar escogido y seleccionado por sus usuarios, aunque lamentablemente esto es cada vez más difícil. Importa el derecho a tenerla, pero también a interiorizarla como espacio. Por eso no cualquier vivienda es digna. Además, cómo es y el sitio dónde está son claves para esto. Desde hace tiempo es el planeamiento el que decide dónde se puede hacer vivienda y cuáles son los parámetros mínimos de su calidad ajustados a cada territorio. Pero su escasa agilidad en el tiempo, su obsolescencia o la atención a criterios externos a su propia función social han llevado a cuestionar su validez como único garante. Así, se contemplan también otras normativas y códigos que definen cada vez con mayor precisión estos parámetros y que afectan a cómo deben ser los espacios interiores, pero también a la relación con el espacio exterior a través de patios, cubiertas y fachadas. Se trata de acordar y regular formas de hacer que en poco tiempo se encuentran con dificultades para responder a las nuevas demandas de la sociedad, a sus cambios y desajustes.

Siempre hemos entendido la calle como un paso previo a la casa. También como la extensión de una en otra. Entre la casa y la calle hay interesantes secuencias e intercambios. Por eso no tiene por qué ser malo vivir muy cerca de una calle, si se hace bien, incluso a ras de suelo, dependiendo de las circunstancias y el entorno. Hoy se discute eso. La privacidad es un valor de la casa, pero también lo es aquello que puede ofrecer a los demás. El banco al lado de la puerta, el soportal, la cornisa o el vuelo que cubre.

Las casas siempre han tenido partes, y estas responden a necesidades, pero también a las formas de ser y de compartir que sus habitantes tienen. Vivir en la planta baja es una cuestión que nos debe hacer reflexionar sobre el dónde y en qué circunstancias, frente a qué calle, camino o paisaje. Siempre ha sido bueno separarse un poco del terreno, es una cuestión de protección, salubridad y acondicionamiento frente a un material que se humedece, por el que discurren el aire, otras personas y el ruido de vehículos. Recordamos ese metro y medio con el que se separaban del suelo las viviendas alemanas de los años 20, aquellas siedlungen que sirvieron de modelo de un crecimiento urbano posterior con amplias zonas verdes.

Pero el centro de la ciudad es diferente, es más difícil conseguir buenas condiciones de habitabilidad en planta baja y se debe añadir que, en la mayoría de los edificios de estas calles, sus plantas bajas fueron pensadas y diseñadas como comercios y no como viviendas. Existen zonas donde esto se puede hacer, pues la ordenanza comercial permitió bajos de gran altura, de entre 4 y 5 metros y donde se pueden conseguir condiciones que se ajustan a la privacidad de vistas y a la creación de esos umbrales de separación e integración con la calle. En muchos otros, difícilmente. Por eso, devolver la vivienda a la planta baja puede hacerse y ser incorporada como parte activa para resolver necesidades, pero no en cualquier caso, y siempre con las condiciones adecuadas de dignidad, también en lo que se refiere al problema social que hay detrás.