«En los turbios canales de la política internacional pululan los cocodrilos, debidos a que la Gran Bretaña se aburrió antes de tiempo». Salvador de Madariaga se refería así a los grandes problemas territoriales que había heredado el mundo «por la contracción del Imperio británico», como Israel-Palestina, Gibraltar, las Malvinas o Irak, que encierra otros dos: el kurdo y el asirio. Estas palabras irrumpen de nuevo con fuerza en la actualidad, tras el derrocamiento del tirano Bachar Al Asad en Siria por el yihadismo salafista de Tahrir al-Sham (HTS), heredera con piel de cordero de Al Qaida.
Nuestro gallego universal escribía esto allá por 1974, cuando Siria ya se encontraba bajo el gobierno de Hafez Al Asad, padre de la criatura ahora derrocada y asilada en Moscú, y otrora erigida en criminal de guerra. Termina así más de medio siglo de era Al Asad, y comienza una era de incertidumbre e inestabilidad en la región más inestable del planeta. La magnitud de la caída de Al Asad apunta a ser la noticia del año, pero también podría ser el preámbulo de noticias mucho mayores, en Oriente Medio y en el mundo.
Los principales beneficiarios inmediatos son Turquía, probable cómplice de la caída de Al Asad, fortaleciendo su posición contra los kurdos en el norte; e Israel, que ya está ocupando —más— territorio sirio en el sur, en pro de su seguridad. Los principales perjudicados inmediatos son Rusia, que pierde un aliado incondicional y sus bases en el Mediterráneo; e Irán, que pierde también un aliado clave en sus pretensiones de liderazgo regional y en su estrategia contra Israel. El debilitamiento de Hezbolá puede ser aún mayor, toda vez que se podría dificultar el suministro de armas desde Irán.
La situación actual es tan compleja e incierta como sus incalculables derivadas. El futuro de Siria podría moverse entre una improbable fórmula democrática confederal, sobre un equilibrio inestable de sus múltiples etnias, religiones y milicias; y una probable somalización como Estado fallido infiltrado por yihadismo y espurios intereses extranjeros.
Como diría don Salvador, el cocodrilo sirio se ha despertado en medio de las pantanosas lagunas de la política internacional, infestadas por cocodrilos que amenazan a pueblos vulnerables, entre los más dignos y valientes. Kurdos, drusos, palestinos, georgianos, ucranianos, venezolanos y un lamentable largo etcétera. Por todos ellos, más que nunca, debe reivindicarse con fuerza la tradición de un derecho internacional de pacifismo inteligente, fundada en la solidaridad universal, defendida desde Francisco de Vitoria hasta Salvador de Madariaga. Malos tiempos para los soñadores, y buenos para los cocodrilos.