Mucho deberíamos valorar las gambas rojas que estas Navidades resaltarán sobre los platos de muchos hogares españoles. Y digo esto porque no es descartable que un producto tan extraordinario, sabroso, saludable y asequible para poder consumirlo de vez en cuando, se acabe convirtiendo en un artículo de lujo al alcance de muy pocos. E igual puede pasarnos con el lenguado, los salmonetes, el rape, las gambas blancas, las cigalas o los chipirones. No exagero, todo indica que ese es el objetivo que tiene la Comisión Europea con la actividad pesquera de arrastre en el Mediterráneo, porque otra explicación no hay.
Acabamos de volver de las negociaciones del Consejo de Ministros de Pesca de la UE, que se han desarrollado durante dos duras jornadas en Bruselas y en las que los ministros han decidido los Totales Admisibles de Capturas (TAC) y las cuotas de pesca para 2025. Ya se auguraba una negociación difícil y las propuestas que planeaban sobre el Mediterráneo, desgraciadamente, se han hecho realidad.
Concretamente, para España, además de la reducción del 10 % de las capturas de gamba roja, el Consejo ha decidido reducir un 79 % los días de pesca en este mar, recorte que los pescadores podrán tratar de mitigar mediante la adopción de una serie de mecanismos de compensación complejos, tales como cambios en artes de pesca y mallas o vedas espacio temporales y definitivas, que provocarán que para muchas familias de pescadores su actividad deje de ser mínimamente rentable y, en consecuencia, desaparecerán.
No se entiende, o sí, que Europa siga asfixiando al sector en el Mediterráneo después de los sacrificios que sus pescadores han asumido durante el último lustro, tales como la reducción de un 40 % de los días de actividad, el cambio de las mallas de las redes para ser más selectivos, la creación de vedas temporales y definitivas para proteger juveniles y reproductores de determinadas especies o la inversión en puertas voladoras que reducen el impacto sobre el fondo marino, son más eficientes energéticamente y generan menos emisiones de CO?. Pero aún se entiende menos, o sí, que todo esto se haya decidido basándose en un informe del Comité Científico, Técnico y Económico de la Pesca de la UE, que utiliza datos del 2023 y que no refleja la realidad del caladero en el 2024, tras las múltiples medidas aplicadas en los cinco últimos años y, en particular, en los dos últimos. Por tanto, no reflejan el impacto en las poblaciones de peces de todas estas medidas arriba mencionadas.
Las decisiones adoptadas en Bruselas sobre el Mediterráneo van a destruir empleo, van a desestructurar tradiciones pesqueras, van a significar el cierre de lonjas y va a poner en aprietos a sectores como el de la restauración y el turismo. Pero más allá de estos efectos a corto y medio plazo, estas decisiones van a tener un calado mayor a largo plazo, ya que destruir la actividad pesquera del Mare Nostrum es también destruir tradiciones y una parte muy importante de la cultura asociada al mar y a su pesca, ellos sabrán.
Necesitamos, urgentemente, un cambio de rumbo radical de la política pesquera común y de la política medioambiental de la UE si no queremos perder nuestro sector pesquero ni poner en riesgo nuestra soberanía alimentaria. El Comisario Costas Kadis tiene un grandísimo reto por delante.
Por ello, insisto, prestemos atención a las gambas rojas de estas Navidades, valorémoslas, pensemos en el esfuerzo y la ilusión de los hombres y mujeres que han permitido que estén en nuestros platos. Puede que las del año próximo sean chinas, más pálidas, menos sabrosas, pescadas bajo condiciones y normativas más laxas que las europeas, porque las nuestras, las de color Ferrari, podrán ser un producto de lujo. Gracias, Europa.