De este año televisivo nos quedamos, sin duda, con la espontaneidad y el ingenio de Broncano. Es lo que los espectadores hemos ganado, un programa en el que no sabemos qué va a suceder, cómo nos va a sorprender; si con la petición de mano de dos personas del público; si con la improvisación de un invitado que no se esperaba; si con la aparición repentina de la novia del presentador; si con la magia irrepetible de Amaia dándonos uno de los momentos más maravillosos de la televisión; si con veinte minutos de animales cornudos como señal de protesta; si con la segunda entrevista al invitado vetado por El hormiguero... Da igual. Broncano y todo su equipo —porque mucho tienen que ver en su éxito Ricardo Castella y Grison, y todos sus colaboradores, de Lalachus a Jorge Ponce— han convertido a La revuelta en el programa estrella, en el espacio con más naturalidad, alegría y con más gancho de los últimos tiempos. Hacía mucho que Televisión Española no acertaba así, que no se la jugaba a lo grande, y hacía mucho que un presentador, un showman de altura, no aparecía para motivar al público, como antes lo hicieron Xavier Sardá, Pepe Navarro o Mercedes Milá. Sin David Broncano, nada de lo mejor de este año televisivo hubiera pasado. El mérito es suyo. El entretenimiento se lo debemos a él. Con él todo explotó