Esta noche llega Papá Noel y en dos semanas ya habrán pasado los Reyes Magos por las casas de todos los niños. Los españoles adultos también deberían escribir su carta, pero dirigida en este caso a una clase política que muchas veces no está a la altura que necesita este país: el cortoplacismo es el faro que guía sus decisiones, la crispación se ha convertido en el terreno en el que quieren jugar y las necesidades de los ciudadanos solo se colocan en el primer plano cuando el problema ya es insalvable. Incluso las instituciones han pasado a ser parte de esa lucha partidista.
Por eso el primer deseo para estas Navidades es que los que nos gobiernan y los que aspiran a hacerlo abran el foco. Esa forma de entender la política como la «toma de decisiones que menos me perjudique ahora aunque acabe teniendo efectos perversos a medio y largo plazo» no vale. Centrar todo el esfuerzo en defender el sillón en el que se acomodan incapacita a un Gobierno para tomar esas decisiones profundas, valientes, de calado, de las que transforman un país a largo plazo.
El segundo deseo pasa por la colaboración entre partidos. PP y PSOE suman 16 millones de votos, el 64 % de los apoyos depositados en las urnas hace año y medio. Eso lo dice todo. ¿De verdad que con esas cifras debemos consentir que sea el partido que tiene el 1,6 % de los votos, o sea, Puigdemont, el que decida hacia dónde va este país? No le falta responsabilidad en esto al gran partido de la oposición, el PP, que contribuye a mantener el ambiente de crispación. Y que también tendría que hacer frente a sus propios demonios internos si se decidiera a tender la mano en busca de acuerdos amplios que beneficien a la mayoría de los ciudadanos. Pero sería la única manera de sacar adelante medidas trascendentales, desde educación, a sanidad, pasando por las pensiones, la justicia o la pobreza.
El tercer deseo sería que las necesidades de los ciudadanos, la solución a sus problemas diarios, dejasen de ser unos puntos escritos cada cuatro años en los programas electorales o bien el clavo ardiendo al que Gobierno y oposición se aferran cuando han alcanzado una dimensión que los vuelve inmanejables —como acaba de ocurrir con la dificultad para acceder a la vivienda— o cuando se pueden utilizar como arma arrojadiza con el otro. El mayor ejemplo fue la guerra en la que se enzarzaron los partidos políticos a cuenta de la gestión de la dana en Valencia.
Por no hablar de la corrupción que, día sí día también, protagoniza titulares y pone en cuestión a las instituciones, incluso a la misma Fiscalía General del Estado.
Es urgente que la política española retome el camino de trabajar para arreglar los problemas de la gran mayoría social, en lugar hacer cálculos sobre el impacto electoral de cada paso que dan. No hacerlo lo único que consigue es alimentar a los extremos, tanto por la derecha como por la izquierda, que van ganando peso —a veces unos, a veces otros — aprovechando los vacíos que dejan los grandes partidos.