Reina la confusión en Estados Unidos. A día de hoy, tienen tres presidentes. Uno, Joe Biden, en ejercicio. Dos, el electo Donald Trump, que sacudirá el orden mundial a partir del 20 de enero y ya ha amenazado a media humanidad con aranceles, sanciones y acciones bélicas. Y tres, Elon Musk, el hombre más rico del planeta, íntimo del magnate. Tiene tanta influencia sobre el neoyorquino y reclama tanto protagonismo que en las redes, en las tertulias y en los platós se debate si es él quién lleva las riendas.
Picado en su orgullo, Trump salió a desmentirlo en público. Puso su mejor sonrisa y usó un argumento irrefutable -Musk no nació en Estados Unidos, no puede ser presidente-, pero no despejó las dudas sobre el poder real de su «primer amigo».
La polémica tiene miga. Donald y Elon viven un idilio, disfrutan de una luna de miel, pero sus agendas no coinciden plenamente. ¿Será aceptable que un asesor de la Casa Blanca financie a ultraderechistas en Europa? ¿O que escriba mensajes alentando guerras civiles en el Reino Unido?
Cuando Trump tuvo el poder entre el 2017 y el 2021, temíamos sus tuits, por mentirosos e irresponsables. Ahora recelamos del papel del riquísimo dueño de X, que usa la red social como altavoz privilegiado. Se le ha puesto cara de malo de James Bond. Y actúa como tal. ¿Quiere dominar el mundo? Si le ven con un gato negro en el regazo, piensen lo peor.