Las bajas no las dan los médicos de cabecera
OPINIÓN
En los últimos años las bajas laborales han aumentado progresivamente, de forma espectacular, tanto en número absoluto como en duración. Me llama mucho la atención que no se produzca un debate sosegado de reflexión sobre los motivos que contribuyen a este fenómeno sociológico. Es como si fuera un tema tabú y hay que tener en cuenta que no es una cuestión baladí, esta tendencia no ha alcanzado techo y, en consecuencia, puede llegar a comprometer la sostenibilidad del sistema.
Probablemente sean los sindicatos los únicos que hayan hecho algún análisis al respecto, pero sus conclusiones parecen un tanto simplistas y sesgadas ya que aluden exclusivamente a motivos relacionados con los retrasos en la asistencia sanitaria o con las duras condiciones laborales. Es cierto que la atención sanitaria se ha tensionado en los últimos años, pero si este fuera un motivo significativo en el incremento de las bajas, también debería producirse paralelamente un impacto negativo en otros indicadores de salud. Por otra parte, tampoco parece creíble que las empresas actuales sean más «explotadoras» que las de hace una o más décadas.
Ya se ha superado la pandemia, por lo que no se puede decir que haya más gente enferma o que las enfermedades sean cada vez más graves y requieran un mayor tiempo de recuperación. Esta tendencia al alza tampoco se puede atribuir al envejecimiento poblacional ya que nos jubilamos a los 66 años.
Aunque no sea políticamente correcto, no queda más remedio que tener en cuenta el factor humano, ya sea por parte del profesional o del paciente. No parece razonable pensar que el primero haya cambiado de criterio. Por cierto, la justificación «moral» que se oye con frecuencia «está de baja porque se la ha dado un médico» no es en absoluto válida, una prueba es que la mayoría de las incapacidades temporales están relacionadas con el dolor o con el estado de ánimo, argumentos que el profesional no puede objetivar al no ser medibles; es el paciente el que asegura que no está en condiciones de ir a trabajar. En este sentido, es muy llamativa la diferencia en la incidencia de bajas en los asalariados con respecto a los autónomos. No nos engañemos, si una persona «quiere una baja» la acaba consiguiendo.
Por tanto, tenemos que pensar —y por favor, no me malinterpreten, pretendo poner en evidencia hechos, no valores— que este fenómeno se debe, en gran medida, a que ha cambiado la sociedad. Desde mi punto de vista, asistimos, por un lado, a un menor apego al trabajo, así como a un menor compromiso con la institución para la que trabajamos y, por otro, a una menor tolerancia a las adversidades que se producen a lo largo de la vida. Naturalmente estos percances o contratiempos no son siempre problemas de salud, pero tendemos a convertirlos en ellos y a magnificarlos.
Así, por poner algún ejemplo, una reacción de duelo por la muerte de una mascota puede suponer un absentismo de dos semanas. Un problema emergente, cada vez más frecuente: «Sufro mobbing, mi jefe me machaca», es un caso paradigmático de cómo un «presunto» problema laboral se acaba convirtiendo en un problema de salud.
Las cartas están sobre la mesa, no las ocultemos, démosle «una vuelta»...