Con el próximo inicio de año comenzará, como en La cabalgata de las valquirias, la sucesiva acumulación de instrumentos. Claro que los instrumentos no son los de Wagner, sino aquellos que tocan y retocan los adeptos a la alegoría de los buenos deseos. La cabalgata del genio alemán es la banda sonora de nuestros días: la han usado tanto (películas, series, anuncios, etcétera) que, en ocasiones, uno prefiere no escucharla. Bastante cabalgata tenemos con lo nuestro: una autonomía, presidida entonces por el actual ministro Ángel Víctor Torres, comunicándose con miembros de una trama corrupta. Los informaban de cuánto le pagaban y en qué momento le pagarían. Incluso les enviaban la documentación interna del Gobierno canario para certificar que todo seguía su curso. Un escándalo supremo que, como son fechas navideñas, ha pasado de puntillas por la actualidad. La actualidad que sigue su curso: los políticos ya tocan de memoria: una partitura escrita en las raíces de cada partido. Unos la interpretan mejor que otros. Con mayor o menor fortuna. Pero tengo la sensación de que en este país, pase lo que pase, ya no pasa nada. Parece que la corrupción ha desaparecido, incluso la más pútrida: la de aquellos que se hicieron millonarios creando empresas, de la noche a la mañana, durante la pandemia. Efectivamente, yo estoy pensando en lo mismo que usted: es preciso carecer de corazón para hacer de aquellos días oscuros una fuente de riqueza.
Sánchez se ha enrocado en el poder y nada le importa, creo yo, más que el poder mismo. Sus socios lo aprietan, pero no ahogan. Y en la oposición, hastiados por la «España adormecida», preparan a sus mejores hoplitas para atacar la infantería gubernamental y todas sus ramificaciones, que son múltiples y vigorosas. Quizá el próximo año no traiga la nueva política que el título de esta columna augura, pero algo tendrá de original: se le tributarán al dictador fallecido en su cama, hace cincuenta años, cien nuevas exequias. En ninguna democracia avanzada sería imaginable recordar a sus sátrapas, autócratas, dictadores y otras especies detestables. En España, sí es posible. Porque el «comodín Franco» siempre le ha funcionado a la izquierda. Una izquierda que se llama progresista pero no tiene reparos en gobernar gracias a los votos de la derecha catalana o vasca. Cien actos para conmemorar el fallecimiento de un dictador: ¿se habrá visto algo similar en cualquier país democrático del mundo? Lo dudo. Pero llegará un día en que la gente esté harta del «comodín Franco». Harta de que se vulnere de modo tan flagrante su inteligencia. Harta de que le tomen (nos tomen) por lerdos y babiecas.
Como ven, mi esperanza no acaba de derrotarse. En el 2025 cambiará el Gobierno, o eso creo en mis días optimistas. Pienso, con toda sinceridad, que España ya no puede soportar tanta tumefacción: se nos ha inflamado toda moral y ya solo queda revolvernos. Nuevo año, nueva política. Ojalá.