El verano en Galicia se caracteriza por la combinación de dos eventos continuados y simultáneos que van acorde con nuestra idiosincrasia. Me refiero a las innumerables fiestas gastronómicas y a las continuas verbenas y festivales. Respecto a las primeras, ya no faltan productos alimentarios por enaltecer. Habíamos empezado con las fiestas del marisco, seguidas de las de mejillones y pimientos. Ahora ya enarbolamos toda clase de productos, incluidos los «ovos fritos». En lo que concierne a las segundas es difícil encontrar una parroquia que no celebre su santoral o cualquier acontecimiento histórico para celebrar una festa rachada con una orquesta o festival musical.
Ello me lleva a pensar en la relación que posee la música con la realidad y situación socioeconómica de cada época. Cuando estudiaba el bachillerato, mi profesor de Arte en el Colegio Academia Galicia, Francisco José Alcántara (premio Nadal 1954), nos explicaba, escuchando a Bach, Beethoven, Chopin, Liszt, Mozart o Wagner, a qué respondía cada obra y nos la contextualizaba en su época. Más tarde, Ramiro Cartelle me instruyó con los acordes y las bases de la composición. Y, ahora, mi admirado Manel Mantiñán, la enciclopedia musical por excelencia, me desmenuza la esencia del jazz y me insinúa las distintas ofertas de esa maravillosa música vinculada a las distintas corrientes geográficas y sociales.
Sin embargo, en la actualidad me cuesta mucho asimilar los distintos ritmos musicales con la situación socioeconómica. La pléyade de fórmulas musicales (reguetón, rap, indie, popping, k-pop, house dance, merengue, country, heavy metal, punk, disco, funk, techno, ska…) hace difícil especificar la preeminencia de una de ellas. Es lo que se llama diversidad y afloramiento de continuas y simultáneas formas de representación.
Jacques Attali, uno de los economistas más innovadores que conozco, es autor de un libro titulado Ruidos, en el que expone los vínculos entre la música y la economía política. Sintetiza dicha relación a través de varios parámetros a lo largo de las distintas fases históricas fácilmente reconocibles. A modo de ejemplo, sobresalen los conceptos de ciencia, mensaje y tiempo, por un lado; los códigos, las órdenes y los procesos de ruptura, por otro; y la música y el dinero con el advenimiento de la música mercancía, la planificación centralizada de la música y la música como anuncio del valor de las cosas, en un tercer estadio.
La música tiene algo de vedetismo y de representación armónica. No obstante, hoy en día predominan otros rasgos, tales como la deriva hacia la repetición y la anti-armonía. Esta nueva característica hace que lo que escuchemos en las verbenas no sea más que la repetición en serie y la trivialización del mensaje. Traducido en términos económicos, existe una producción de la oferta y una producción de la demanda con sus consabidos objetos y tiempo de cambio y de uso. Expuesto en términos musicales, presenciamos un ruido de fondo, un encierro de la juventud y una tecnología de la composición.
En síntesis, la música se inscribe en un laberinto en la medida que la composición es abierta, inestable, marcadora de diferencias y portadora de la reapropiación del tiempo y del espacio. La música puede transmitir tanto fragilidad como aleatoriedad; pero lo cierto es que no hay sociedad sin música. A pesar de la complejidad de la composición, de los mensajes emitidos y de las relaciones con la tecnología, la música seguirá relacionada con la coyuntura de las épocas. Así, nadie podrá discutir que en épocas de complejidad e incertidumbre como la actual predominen diferentes ritmos, sin que uno domine a los otros.