
Los grandes partidos de izquierdas ya no se preocupan por la clase trabajadora. Los trabajadores tampoco, pues ya no tienen conciencia de clase. Aquellos partidos, esencialmente socialdemócratas y laboristas, coleccionan ahora etiquetas identitarias (animalismo, feminismo, personalismo, progresismo). Ya no están para luchar contra los privilegios de clase. Hasta les da pereza ocuparse de la jornada laboral. A pesar de que la deriva liberal del sistema ha empeorado las condiciones de vida de los trabajadores, son cada vez más los que se identifican, paradójicamente, con líderes de ultraderecha. Ni siquiera preocupa esa conversión del proletariado en precariado. Las preocupaciones son otras, como el género o el lenguaje inclusivo. Entretanto, multimillonarios sin escrúpulos incrementan sus negocios interviniendo en política. Son los verdaderos influencers, los que difunden matracas sobre un supuesto marxismo cultural o advierten de un apocalipsis debido a la invasión de hordas de inmigrantes.
Los burgueses bohemios (bourgeois bohemian o bobos) refuerzan sus convicciones y aumentan sus consumiciones. Grupo propio del siglo XXI, compuesto por hijos de la clase media aspiracional, son adultos jóvenes que dominan las nuevas tecnologías y las redes sociales, tienen empleos bien pagados y residen en adosados de la periferia o en apartamentos reformados del centro. No son artistas, se consideran creativos bohemios no fagocitados por el sistema. Cuando los tildan de yuppies se distancian, pues ellos hacen vida cultural. Algunos van de hippies y hasta pueden ponerse camisetas contestatarias, eso sí, de marca.
Lo que más los define son sus pautas de consumo. Dicen tener conciencia colectiva, pero son más consumidores que ciudadanos. A veces compran en tiendas de comercio justo o de proximidad, para aparentar, pero a menudo encargan online productos exóticos de importación. Mezclan el idealismo bohemio y el egoísmo burgués a conveniencia. En el plano político se definen como progres y se identifican con la «izquierda caviar». Algunos se afilian a partidos, militan a modo de palmeros y acaban escalando en las listas electorales. Como ya se sabe, «ningún bobo deja de serlo».