Hamás e Israel se han puesto de acuerdo en bajar las armas durante un tiempo. Las treguas nunca han sido respetadas ni por unos ni otros, y es muy probable que las bombas vuelvan a caer en cuanto Tel Aviv lo considere necesario. El 7 de octubre del 2023 el brutal ataque islamista se cobró la vida de 1.200 israelíes y otros 250 fueron tomados como rehenes, la contundente represalia militar deja más de 46.700 gazatíes muertos, cerca de dos millones de desplazados de sus hogares, algunos más de diez veces. La Franja es un territorio devastado, sin viviendas, hospitales, escuelas ni las mínimas infraestructuras, en el que sus habitantes carecen de las mínimas condiciones para sobrevivir. Les han quitado todo, incluso la dignidad. Un caldo de cultivo perfecto para que grupos como Hamás o la Yihad Islámica se perpetúen como salvavidas frente a la ocupación.
Las presiones de Trump han hecho doblegar a Netanyahu. El presidente electo quería poner fin a la guerra antes de su toma de posesión y lo ha conseguido. Otra cosa será lo que ocurra en cuanto pise la Casa Blanca y decida apoyar el expansionismo de su aliado tanto en Gaza como en Cisjordania.
Con Hamás descabezada, sin la fuerza de combatientes que tenía antes de la guerra (Israel afirma haber matado a más de 10.000) y con Irán en horas bajas, Israel no va a dejar pasar la oportunidad de quedarse con Gaza. El alto el fuego, que entrará en vigor el domingo, será una fase más de un conflicto que se prolonga desde 1948 con la creación del Estado de Israel y la nakba de los palestinos. Y así seguirá hasta que alguien se atreva a imponer la solución de los dos Estados. Mientras no sea así, los cadáveres continuarán amontonándose.