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Tras más de quince meses de muerte y destrucción, Israel y Hamás han logrado un acuerdo de alto el fuego. Lo anunció el primer ministro de Catar, Sheikh Mohammed Al Thani, uno de los principales mediadores, junto con Egipto y EE.UU. Este acuerdo podría ser la base de una paz relativa, pero presenta dudas que impiden ser optimistas.
La primera duda es que el acuerdo podría venirse abajo en cualquier momento, como ya sucedió en noviembre del 2023. Netanyahu ha pospuesto su votación acusando a Hamás de querer cambiar las reglas y de causar una «crisis de último minuto». El acuerdo también está amenazado por los miembros más radicales del Gobierno de Netanyahu, Ben Gvir y Smotrich, que ven el mismo como una rendición a Hamás y apelan a su destrucción total.
La segunda duda se refiere a su contenido, pues no se conocen todavía los detalles, salvo las grandes líneas. El acuerdo consta de tres fases que se iniciarán este domingo, último día de la Administración Biden, y se desarrollarán durante las primeras semanas de la Administración Trump. El acuerdo incluye la retirada parcial de tropas, ayuda humanitaria, rehabilitación de infraestructuras —empezando por las hospitalarias—, hasta llegar a la reconstrucción total y el fin permanente del conflicto. Los aspectos macabros del acuerdo se refieren al retorno de desplazados gazatíes a sus hogares —¿qué hogares?—, la liberación de rehenes israelíes —cuya salud se desconoce, pero se teme—, la liberación de prisioneros palestinos —incluso con delitos de sangre— o la devolución de cadáveres. Serán semanas terribles.
La tercera duda es doble: ¿por qué ahora y gracias a quién? Este acuerdo es el mismo de mayo del 2024, presentado por Biden en connivencia con Netanyahu. Si no prosperó entonces y sí ahora, según Biden, es por la presión sobre Hamás e Irán, y el cambio de gobierno en Líbano. Desde su mansión de Florida, Trump atribuye el mérito a su victoria electoral, pero su mandatario sobre el terreno, el inversor Steve Witkoff, apeló al trabajo conjunto con el equipo de Biden como la clave del éxito. El propio Biden reconoció que su equipo y el de Trump habían «hablado como uno solo» durante las negociaciones, las más difíciles de su larga carrera política.
Mientras se retiraba tras su comparecencia, le preguntaron a Biden a quién puede atribuirse el mérito del acuerdo, a él o a Trump. Se giró para dar una respuesta tan elocuente como histórica: «Is that a joke?» (¿Es una broma?). Toda una metáfora de lo que parece el mundo en los últimos tiempos, una broma. Pero una broma macabra.