El sociólogo Amando de Miguel escribió La perversión del lenguaje, editado por Espasa en 1985 y reeditado en numerosas ocasiones, la última en el año 2005. Denunciaba su autor los usos desbocados y falaces de un idioma que se instalaba en la manipulación más abyecta y camuflaba el verdadero sentido de las palabras utilizadas en una de las lenguas más ricas del mundo.
Recientemente, Darío Villanueva, exdirector de la Real Academia Española, escribió dos textos reveladores que ponían, que ponen, los puntos sobre las íes en el uso razonable de un idioma que todavía goza canónicamente de buena salud.
En Morderse la lengua y en el Atropello a la razón pueden encontrase las claves para hacer de la lengua una joya dialéctica, y evitar consecuencias indeseadas.
El lenguaje de los políticos, el cómo hablan nuestros padres de la patria, su oratoria entre el chascarrillo y la escuela española de los zaragatos, corrompe las intervenciones dialécticas, discurriendo entre lo que se ha dado en llamar usándolo como soniquete cotidiano, el relato y la narrativa, conceptos que desvirtúan el sentido original de ambas voces.
No es menester ser Castelar, Canóvas o Sagasta para elaborar las mejores piezas parlamentarias pronunciadas en ambas Cámaras, ni tan siquiera Azaña con sus solemnes discursos estremecedores. Hay que amar y respetar nuestro patrimonio discursivo utilizando expresiones adecuadas y evitando los bulos, alejando las manipulaciones y desterrando la mentira que ya es un ejercicio habitual en sede parlamentaria.
Leyendo el Diario de Sesiones se pueden elaborar dos tomos del manual de la demagogia y recopilar las primeras páginas de la enciclopedia del dislate, que recogen como pensamiento político un catálogo de frases primarias similares a la filosofía banal de Paulo Coelho.
Nuestros políticos se han instalado en la teoría reiterada de las medias verdades, del «y tú más» partiendo del manual de consignas que desde el poder y la oposición son distribuidas a primera hora de la mañana como hoja de ruta a seguir en sus intervenciones. Deben ser los algoritmos cotidianos que escuchamos puntualmente en todos los telediarios. En las manifestaciones, todos a una, de ministros y demás responsables orgánicos que repiten idénticas frases hablando por boca de ganso.
Nunca tanto se vulneró el idioma, se estragaron conceptos y se solemnizó el insulto en el lenguaje más zafio confundiendo al adversario con el enemigo. Hoy el lenguaje sufre la más cruel de las perversiones que corrompen el idioma de los políticos.