Hace unos días leía en este periódico una frase esperanzadora que decía que la tinta volvería al papel. En contraposición, antes de que brotasen las primeras luces del día, me fijé en las pantallas que tenía sobre la mesa. Dos móviles, el iPad y un portátil conectado a dos pantallas. Me pareció un completo insulto al artículo que estaba leyendo en este periódico. Y recordé la conversación con un viejo amigo que es psicólogo infantil y está saturado de pacientes con adicciones. Niños que pasan entre cinco y doce horas al día mirando vídeos cortos de YouTube.
El mundo me pareció un lugar terrible, una vez más, para maternar. Me vino a la cabeza otro caso todavía más cercano. Un padre que pelea por la custodia de una niña de nueve años al considerar, entre muchas otras cosas, que la pequeña no puede estar algunos días durante once horas pegada a la tablet. En ocasiones son cuatro o cinco, pero la reflexión es igualmente brutal al recordar que tiene colegio por la mañana y alguna actividad por la tarde. Sin embargo, el juez no dio importancia a las pantallas. Las pasó por alto. Así que, a su parecer, esta niña puede estar horas y horas sola ante una pantalla que es más bien una pistola cargada, y que difícilmente sabrá gestionar.
Ojalá vuelva el papel, también para esta niña, y ojalá todos podamos reducir pantallas. Y ojalá los juzgados se encarguen de salvaguardar la infancia, que debe ser el derecho más importante de todos.
Sin embargo, la espera para que el Imelga inspeccione menores y por tanto puedan avanzar los procesos judiciales es, al menos en Lugo, de más de un año. Y cuando tienes nueve, 12 meses es demasiado tiempo.
Padres, madres y tutores tienen deberes que cumplir y criar es una responsabilidad que no puede delegarse en las pantallas. La pregunta que me hago se repite en el tiempo desde hace años. ¿En manos de quién estamos?