
Nosotros los Homo sapiens, tenemos un cerebro que tardó unos 200.000 años en desarrollarse hasta adquirir su estructura actual. Esta larga evolución ha dejado huella, persistiendo en él partes del tiempo en que fuimos reptiles y mamíferos. Esas estructuras configuran el cerebro emocional, una zona donde se juega el mundo de las emociones.
Posteriormente apareció en nuestra especie la corteza cerebral o sustancia gris, que nos permitió acceder al lenguaje y comenzar a simbolizar el mundo —característica de nuestra especie— apareciendo el cerebro racional. A partir de ahí la historia humana se puede entender como la pugna entre ambos cerebros, el emocional de carácter automático e inconsciente y el racional.
El cerebro racional se estructura en base a unas conexiones y redes neuronales desarrolladas en función de la adaptación al ambiente donde vivimos. El cerebro emocional, en cambio, permanece igual. La ira, el miedo, la atracción, el asco, la felicidad o la tristeza, son emociones básicas que perduran a lo largo de la evolución, independientemente del desarrollo de la razón.
Es evidente que estamos comenzando otra era y que, sin duda, los cambios del ambiente producirán modificaciones y cambios en el cableado cerebral humano.
Básicamente son dos los factores que van a determinar estos cambios en nuestro cerebro: la posibilidad de acceder a toda la información y la de la conexión instantánea con cualquier habitante del planeta, amén de los cambios climáticos venideros.
En pocas generaciones, los cambios en la estructura cerebral serán patentes y serán transmitidos genéticamente, seguiremos siendo sapiens, pero seremos diferentes, con otras capacidades y otro tipo de inteligencia, pero no se olviden de que el cerebro emocional seguirá siendo el mismo. El mundo de las emociones condicionará nuestra conducta; la pasión, el odio, los celos, la tristeza, la angustia etcétera seguirán configurando el guion de nuestra historia a pesar de los vertiginosos cambios en el ambiente y en nuestro cerebro racional.
Las emociones seguirán siendo las mismas pero vehiculizadas por otros canales abiertos por el desarrollo tecnológico. Falta saber si cuando las emociones se activen y se trasmitan a través del mundo globalizado nos resultarán buenas aliadas o por el contrario, propiciarán una vida más emocional e irracional.
De momento, los primeros indicios de este nuevo mundo por venir, apuntan a una primacía emocional donde el consumo, las relaciones humanas y políticas, la guerra y la paz, parecen obedecer más a cuestiones emocionales que racionales. Un mundo donde los valores y contenedores simbólicos que hasta ahora nos ayudaron a «sobreponernos» a la emoción se han desmoronado, y las nuevas filosofías woke, lejos de atemperarlas, les han espoleado.
Un momento apasionante e incierto para ver el mundo desde el patio de butacas.