
Vivimos en la era de la posverdad, en una época en la que podemos fiarnos de muy poco de lo que vemos y oímos en las redes, tanto sociales como privadas. Con la IA generativa, capaz de crear una pieza audiovisual de apariencia real a partir de una descripción de texto, aumenta la capacidad de que nos topemos con contenido falso. Y de que acabemos compartiendo bulos.
Tenemos que cambiar de hábitos de navegación en internet. Visitar sitios de confianza de forma activa y consciente. Aparcar el scroll infinito y reflexionar: si no me cobran en dinero por usar plataformas como TikTok, Instagram o YouTube, ¿con qué moneda estoy pagando? Con nuestros datos, nuestros hábitos y nuestros gustos.
Nos sorprendemos de que el móvil nos escuche cuando hablamos y nos sirva contenidos a medida, pero aceptamos darles a las aplicaciones todos los permisos que solicitan, sean necesarios o no. Nos puede la ansiedad. Decimos que sí a las cookies y a las condiciones de uso sin mirar, para luego navegar bajando la guardia y volvernos vulnerables. El mejor ejemplo es el de las personas que fueron estafadas tras entablar relaciones por WhatsApp con falsos Brad Pitt o Enrique Iglesias. O los que creyeron conocer en TikTok a varias princesas Leonor que pedían, amablemente, ayuda para liberar un tesoro.