
Diríase que a Santiago Abascal es más fácil encontrárselo persiguiendo una foto con Trump en Washington o abrazándose a la motosierra de Milei que por el Congreso de los Diputados, donde, por decirlo de manera gráfica, mucho palo, al menos palo al agua, no tiene pinta de dar. Para uno de esos días en los que se deja ver por la sede de la soberanía nacional (con permiso de Waterloo) va el hombre y se tapa la boca, gesto que comparte con su portavoz, de nombre Pepa, de apellido Millán. Es como si en lugar de una foto de dos diputados de Vox esto fuese una foto de dos futbolistas del Real Madrid riéndose del enésimo error arbitral. La cosa es «que no nos lean los labios, Pepa». Como si leyéndolos fuese alguien a descubrir la pólvora. Pues lo que pueda decir la barba de Abascal sobre cualquier asunto, sea la guerra de Ucrania o la educación, sea el feminismo o la inmigración, eso ya lo sabe, por mucho que se haga el sueco, hasta Alberto Núñez Feijoo: nada bueno.