
En septiembre del 2022, un equipo de arqueólogos australianos encontró en una cueva de Indonesia los restos de un joven adulto que había fallecido hace 31.000 años. Un hallazgo así no era infrecuente, la zona era conocida por la riqueza de vestigios del Paleolítico y cerca de allí se había pintado un buey con ocre rojo, en una de las primeras muestras de arte figurativo conocidas. Sin embargo, el cuerpo tenía algo que lo hacía único y extraordinario: alguien había seccionado la tibia y el peroné de la pierna izquierda con un corte limpio. Los análisis de la cicatrización de los huesos mostraron que había perdido la extremidad entre 6 y 9 años antes de su muerte. La primera cirugía de la historia fue la amputación de la pierna de un niño.
Lejos de ser una anécdota del pasado, las amputaciones de los miembros inferiores están más presentes que nunca. Cada año se realizan en el mundo un millón de procedimientos. La causa fundamental es la diabetes mellitus. Entre 1980 y el 2022, el número de diabéticos pasó de 100 millones a más de 820 millones. Un tercio de estas personas desarrollarán una úlcera en los pies. El pie diabético, como se conoce esta enfermedad, ya es la primera causa de ingreso hospitalario en los diabéticos, por encima de cualquier otra complicación. Su mecanismo de acción es doble. Por un lado, los niveles elevados de glucosa dañan los nervios de las piernas y los pacientes acaban perdiendo la sensibilidad en los dedos y los músculos de los pies se atrofian. Por otro, los vasos de la pantorrilla y el pie se obstruyen por la arterioesclerosis y el flujo sanguíneo no llega a su destino.
¿En qué se traduce esto? Una historia típica es la del diabético que se compra unos zapatos nuevos. Estos le quedan algo estrechos, pero su neuropatía le impide sentir el dolor. Durante días los lleva a todas partes hasta que una mañana, al ducharse, observa que el primer dedo está inflamado y que una línea roja corre por el dorso del pie hasta el tobillo. Se encuentra bien y no le da mucha importancia, a lo sumo llama al médico de familia y concierta una cita para dentro de dos días. Lo que el paciente no sabe es que se ha desencadenado la tormenta perfecta. El roce del zapato le ha generado un callo, este ha evolucionado a una úlcera que no recibe el adecuado aporte sanguíneo porque las arterias del tobillo están ocluidas. Además, tiene la respuesta inmunitaria deprimida, por lo que la herida y el hueso se infectan. Cuando lo ve su facultativo de primaria ya hay una necrosis del dedo y deriva al paciente a urgencias. Allí lo valora un cirujano vascular que secciona el dedo, pauta antibióticos endovenosos e ingresa al paciente para intentar salvar la pierna mediante una angioplastia o un baipás.
Las unidades multidisciplinares (endocrinólogos, internistas, rehabilitadores…) son claves para reducir las amputaciones, pero solo tratan a uno de cada cuatro pacientes con pie diabético en España. Se necesita una mayor concienciación por parte de las autoridades sanitarias, financiación y la incorporación de la podología a la sanidad pública.
El descubrimiento en Indonesia sacudió uno de los dogmas de la historia de la medicina, ya que se pensaba que la cirugía había nacido con los primeros asentamientos humanos durante el Neolítico, más de 20.000 años después. Pero encierra una lección más valiosa: el examen minucioso de la tibia reveló que aquel individuo apenas podía caminar. Lo cuidaron y alimentaron durante el resto de su vida. Cuesta imaginar el esfuerzo que hizo aquel grupo de cazadores-recolectores trasladando a una persona con una discapacidad tan severa por el medio de la selva tropical del Pleistoceno tardío. Quizá un hechicero le amputó hábilmente la pierna, pero fue la tribu la que sacó adelante al niño. Nuestros pacientes no merecen menos.