
Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores de Estados Unidos, fue la principal figura de la ilustración en su país y también su primer diplomático, ejerciendo en París de cabecera de las relaciones con Europa. Estando allí, fue en 1784 uno de los primeros en plantear el cambio estacional de hora, al constatar cómo en esa ciudad el punto de amanecer cambia cuatro horas cada seis meses.
Dos siglos y medio después, Donald Trump lidera el país y hace unas semanas dijo que eliminaría el cambio de hora (Estados Unidos fue de los primeros países en aplicarlo). La decisión parecía sólida, ya que su mayor impulsor es el exsenador por Florida y ahora secretario de Estado, Marco Rubio.
Sin embargo, el pasado 9 de marzo EE.UU. hizo su cambio de hora habitual y Trump dio marcha atrás, al ver que la cuestión es más complicada de lo que parecía. En efecto, tal y como analizo con un compañero de la Universidad de Sevilla en una investigación que publica esta semana una revista de la Royal Society, las situaciones cambian mucho entre las zonas tropicales y las extratropicales. En el ecuador el sol sale y se pone a la misma hora todo el año, y allí obviamente no se hace cambio de hora. Marco Rubio en Florida ve que el punto de amanecer varía solo una hora y pico, y allí tampoco es imprescindible. Pero Nueva York está a una latitud parecida a la de España, y la cosa cambia: a esa latitud toda la vida natural debe adaptar estacionalmente sus ritmos, el ser humano siempre lo hizo... Y debe seguir haciéndolo ahora, que se guía más por el reloj que por el sol.