Democracia e mercado

Fernando González Laxe
Fernando González Laxe EXPRESIDENTE DE LA XUNTA

OPINIÓN

María Pedreda

25 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

No siempre existe una asociación directa entre lo que opina la política y lo que decide la economía. Últimamente, esa divergencia entre los poderes públicos y los intereses económicos ha crecido vertiginosamente. Los mejores ejemplos se registraron tanto en las cumbres del G-8 como en los encuentros de Davos, en donde los representantes de los países más ricos suelen asegurar que hay condiciones para la recuperación y los empresarios subrayan un nuevo enfoque del crecimiento; lo que pone de manifiesto la estrechez del margen de maniobra con la que operan los Estados.

La reciente irrupción del tándem Trump-Musk, que José María Lasalle expresa como el reemplazamiento de la democracia liberal por una oligarquía tecnológica que promueve una revolución digital sin límites éticos, nos lleva a diagnosticar la situación actual en cinco grandes rasgos.

El primero, los gobiernos ya no ejercen el poder. Esta afirmación es algo cierta, ya que alrededor de 200 multinacionales generan cerca del 25 % del PIB mundial; por lo que los gobiernos están perdiendo su capacidad de influencia ante las vertiginosas velocidades de los flujos de capitales. En segundo lugar, estamos siendo sometidos a una dictadura de los mercados. La razón estriba en que incluso los Estados más poderosos se ven obligados a ceder, a través de sus políticas presupuestarias o fiscales, a las presiones de ciertos grupos de multinacionales o corporaciones bajo el peligro de ser sancionados con una masiva fuga de capitales. En tercer lugar, es posible que los gobernantes dejen de lado el interés general y copien a los mercados sus mismos modelos de negocios; para, posteriormente, seguir sus procesos. O sea, los políticos se ven obligados a comportarse como los mercados, si quieren ganar las elecciones. Dicho de otra manera, el político tiende a acercarse al elector como si de un consumidor se tratara, empleando los mismos métodos y campañas para captar su voto. En cuarto lugar, existe una tendencia, cada vez más numerosa, de proclamar la desaparición de los Estados con democracia, ya que algunos gobiernos están perdiendo sus batallas internas y crean instrumentos para poder disciplinar a los distintos poderes. Es el triunfo de las autocracias o populismos, que buscan en el uso abusivo de la reglamentación la forma de reaccionar ante la pérdida de influencia. Y, finalmente, ante la debilidad de los Estados, corresponde a las empresas intensificar sus actividades y redefinir sus metas finales, sustituyendo las actividades asignadas tradicionalmente a los Estados por aquellas otras llamadas de «responsabilidad social», como pantallas y marcas comerciales.

La toma de posesión de Trump, así como de otros dirigentes en el panorama mundial, hace que el populismo se sitúe en el corazón de la democracia y sea dirigido por un complejo industrial-tecnológico que va a utilizar todo su potencial algorítmico para divulgar sus ideas antipolíticas por todo el mundo. Tommaso Padoa-Schioppa, reputado economista del siglo pasado, había advertido en el 2002, justo después de los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York, que «la democracia a nivel global sufre problemas para imponerse». Argumentaba entonces, hace 23 años, que «mientras los capitales se desarrollan a una dimensión planetaria, aún no se ha consolidado la capacidad colectiva de gobernar este fenómeno a escala mundial». Es decir, nos hemos dedicado a cuestionar los excesos de la globalización; pero, en realidad, no hemos hecho una buena disección de lo que era necesario y obligado, que era pensar en la capacidad que teníamos y tenemos para controlar la globalización.

Varias conclusiones. Pese a su preeminencia, el mercado no lo es todo, necesita apoyarse en una democracia sólida. Las lógicas políticas y las lógicas económicas deberían ser distintas, pues poseen características propias; y ambas deben preservarse. El mercado es el instrumento que ha demostrado, hasta ahora, ser más eficaz para la economía; pero no tiene que invadir otros campos. Y, finalmente, política y economía se necesitan la una a la otra, y no es recomendable que una de las dos caiga enferma, se deprima o se desplome.