En primera fila del vodevil para la declaración de la guerra arancelaria figuran J. D. Vance, Marco Rubio, Pete Hegseth y Brooke Rollins, vicepresidente y secretarios de Estado, de Defensa y de Agricultura. Cuatro blanquísimos no sin blanca. Pero qué culpa tendrán ellos de su blancura, y de los veranos en Los Hamptons, y de ser potenciales clientes de la Riviera Gaza, y de querer más. Y más. Y más. Ríen, los cuatro, armados de carillas hasta los dientes. Alguno se ha pasado con el bótox. Es como si acabaran de salir de la misma lavadora. Llega hasta aquí el olor de sus perfumados cuerpos. Ríen y hacen ovillos con las manos mientras Donald Trump proclama que «el mundo nos roba» desplegando un éxcel de facinerosos y exóticos lugares como Tonga, Anguila, Eswatini, Cocos, Tukelau o la Unión Europea. Quién diría que a estos cuatro los estén desvalijando. Menudas risas. Cuanto más ríen, la foto se hace más rematadamente triste. Y eso que Elon Musk no está.