La decrepitud de la inteligencia

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

Eduardo Parra | EUROPAPRESS

07 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Me ha costado encontrar la descripción exacta. Por fin la encontré. En principio pensaba en otros sustantivos (palabra que tiene que ver con la sustancia), pero desistí de utilizarlos. Decadencia, ocaso, retroceso, decaimiento, etcétera, no eran suficientes. Quería encontrar el término que expresase fielmente lo que pienso. Y es este: decrepitud. Es decir, un sintagma que refleja el notorio deterioro de la sociedad culta, su decrepitud. Será que la cultura es muy antigua. O será que nos hemos vuelto senescentes y caducos. Pero lo cierto es que produce asombro el silencio de los intelectuales (no todos, por fortuna) ante la situación que vivimos en España. Es insoportable. Insoportable «soportar» a una vicepresidenta primera del Gobierno que cuestiona el principio de inocencia. Insoportable que se denominen como «chiringuitos educativos» a instituciones que están solventando, y de manera sobresaliente en la mayor parte de los casos, ciertas carencias en el sistema público. Insoportable que se califique a todos los que no se adscriben al «progresismo» como pertenecientes a ese campo semántico, pleno de venablos, que Pedro Sánchez denominó «fachosfera». Insoportable que los que crean riqueza y empleo en este país, los empresarios, vean la espada de Damocles pender siempre sobre sus cabezas. Insoportable que la verdad se tergiverse constantemente. Vivimos el declive de una democracia que nos parecía consolidada y avanzada. Y lo vivimos, entre otros motivos, porque la inteligencia se ha deturpado hasta convertirse en una herramienta al servicio del sistema establecido: la órbita del actual Gobierno de España. Hemos envejecido tanto que ya solo nos queda aguantar. Esta situación no puede durar demasiado tiempo.

En cualquier democracia, las palabras de la señora María Jesús Montero en torno al caso Alves, provocarían su dimisión inmediata. O su cese. Aquí no ha sucedido nada. Dos días de titulares. Y el silencio cómplice, reitero, de eso que denominan «el mundo de la cultura». Un mundo que no tiene reparos en censurar todo aquello que no camine por la senda de lo woke o la corrección política. Son los mismos que suben a un escenario con la pancarta «Altri non» pero que no tienen coraje para decir que se nos está estropeando la opinión no gregaria, el Estado de derecho, las libertades. Cómo soportar lo insoportable, me sigo preguntando. Cómo no criticar a un presidente del Gobierno educado en la universidad privada, y trabajando para ella, que prorrumpe sofismas. Cómo no poner el grito en el cielo cuando los que deben velar por las seguridades y las garantías, por el derecho, se sumergen en estentóreas expresiones que repudian los principios elementales (la inocencia, verbigracia). Los intelectuales miran para otro lado. No sea que la autopista de los premios nacionales y otras prebendas amanezca cortada para ellos. Solo puedo sentir una infinita, y desconsolada, vergüenza.