
En los meses más destemplados del procés a alguien se le ocurrió redactar una lista con productos fabricados en Cataluña y sugerirles a los españoles que le dispensaran a los Bollycaos el mismo desprecio clamoroso con el que ellos se sentían asistidos por los catalanes. Hubo por aquí gente que imprimió la lista, la achantó en la cartera y la desplegaba al llegar al Gadis con el esmero que le concedería a un mapa del tesoro. El trabajo era arduo, porque en el planillo lo mismo estaban el Nescafé que las Evax, el Cola-Cao que el Norit, y a la larga acabó por tener un efecto inesperado: carallo para los catalanes, mira que fabrican cosas. La estrategia del boicot la alimentan estos días canadienses, mexicanos y daneses y lo que se propone despreciar ahora son los productos estadounidenses. A ver cómo de espesas son nuestras convicciones contra el lunático yanqui y la deriva de los acontecimientos, pero ya anticipamos que este «yo no te ajunto» va a ser más difícil de lo previsto y, como en Cataluña, confirmará que este examigo americano anda por todas partes. Usar los Levi’s para mortificar a Trump va a ser un esfuerzo encantador pero estéril. Por ponernos, seguro que podríamos prescindir de la Coca-Cola y el Colgate; del iPhone y los Kellog’s; de las Lay’s, el café de Starbucks, el Tesla, la suscripción de Netflix y hasta del Instagram. Si la guerra, de momento comercial, vuelve a nuestras vidas, me veo perfectamente renunciando para siempre al WhatsApp y a los nuggets del McDonald’s, a la puñetera sonrisa de Amazon y a las últimas zapatillas Nike, al Kit Kat, a los calzoncillos de Calvin Klein y a las Pringles, que siempre fueron asquerosas, por otra parte. Pero hay abandonos que se anticipan terribles, inhumanos. Porque Nueva York… Qué vamos a hacer sin Nueva York.