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Del «consenso de Washington» al ¿nuevo? Berlín

Simón Rego Vilar

OPINIÓN

RONALD WITTEK | EFE

25 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Uno de los firmantes de la «Declaración de Berlín» del Foro para la nueva Economía, Mark Blyth, catedrático de Economía Internacional, definió el terreno de juego: «si deciden las reglas fiscales, tú no estás al mando». En este contexto, en la citada declaración se apuesta por establecer un nuevo equilibrio entre mercados y derechos de ciudadanía, prosperidad y riqueza para la mayoría, garantizar condiciones de partida menos desiguales mediante instrumentos como la herencia social (un capital inicial para cada joven) o la apuesta por un Estado innovador y eficiente.

En estos días, más de dos tercios de los miembros del Bundestag alemán acaban de enmendar el «freno a la deuda» —«freno a la inversión» dicen otros— establecido en 2009 en la Ley Fundamental mediante el que se imponían límites estrictos a nivel federal y territorial para el endeudamiento y la exigencia de un presupuesto estructuralmente próximo al equilibrio. ¿Suena la música de estas reformas «exprés»? Dicha enmienda se centra en tres ámbitos esenciales: primero, exención del gasto militar —en sentido amplio y, por primera vez, sin marco temporal de finalización—, segundo, ampliación del margen fiscal para los länder con un posible déficit estructural anual del 0,35 % del PIB— y tercero, un plan de inversiones de 500.000 millones de euros para los próximos doce años para infraestructuras, respuesta a la crisis climática y la transición ecológica.

La ecuación parece clara: apuesta por la defensa, la innovación y la transición ecológica, sin alterar el pacto social que fundamenta el Estado de Bienestar y su sostenibilidad. ¿Cuadratura del círculo? Sin los aportes del «dividendo de la paz» por la creciente inestabilidad geopolítica global y las policrisis en marcha, el incremento de la productividad —también en el sector público— parece una obligación que ya no se puede demorar. Allí donde se mide, lo que se mide se sabe (¿y se hace?) seguimos constatando que la productividad total de los servicios públicos sigue por debajo de los niveles prepandemia (Reino Unido en sanidad es un 18,5 % inferior), por lo que parece aconsejable una estrategia centrada no solo en el incremento de los recursos, sino también en el refuerzo de sus capacidades de gestión —no todo acaba en tener más fondos a disposición—, con inteligencia artificial como herramienta, en ningún caso como sustituto, pero también con inteligencia institucional e inversión en el capital humano y sus competencias. Y finalmente, colaboración «simbiótica» —vida en común— entre el ámbito público y privado, y dentro del propio ámbito público, pero con evaluación y justificación de las alternativas y los diferentes escenarios, más allá de las soluciones mágicas y las capturas que no soportan un contraste inicial.

Recordaba Emanuel Rahm, jefe de gabinete de Obama, que nunca cabe desperdiciar una crisis seria, es una oportunidad para hacer cosas «imposibles». Lo dicho, en este momento en el que se rompen tabúes, donde parece que los consensos ya no pasan por Washington y se aproximan a Berlín, convendrían no olvidar la importancia de la productividad, la resiliencia y la innovación en las soluciones que se plantean. La nueva Comisión Europea parece que sigue esta guía, cuando apuesta por una «Brújula para la competitividad» en torno a tres ejes: innovación, descarbonización y seguridad y cinco elementos facilitadores: simplificación, expansión del mercado único, más recursos públicos y privados, creación de una unión de las capacidades por el empleo de calidad y una coordinación de las políticas de competitividad a nivel europeo. En resumen, levantar el «freno» con propósito. Y principios.