
Hay escritores para releer. Los lees de joven y, de mayor, los repasas con devoción. Fiódor Dostoyevski es uno de esos autores imprescindibles. Tanto he disfrutado con él, y de él, que utilizarlo en una columna «política» me parece banal. Pese a todo, lo intentaré. La culpa lo obsesionaba. De la culpa, su trascendencia, parten tres de sus novelas más vigorosas. Dos son el espejo de la mejor literatura que se ha escrito a lo largo del tiempo: Los hermanos Karamázov y Crimen y castigo. En la primera, la duda y la razón se entremezclan con la culpa. El narrador acaba convirtiéndose en personaje (lo que representaría un avance estético vanguardista) y los personajes, tres hermanos, no son capaces de desembarazarse de la culpa. Todo lo condiciona un parricidio y en torno a él, entre diatribas y elucubraciones, va corriendo la trama. La culpa es el tema. Y la culpa nadie la asume.
En Crimen y castigo sí existe una asunción de la culpa. Si usted no ha leído esta obra magna le sugiero que lo haga, y más en estos tiempos convulsos. Stefan Zweig consideraba que los diálogos entre el protagonista, Raskólnikov, y el inspector de policía son una cumbre de la literatura de todos los tiempos. Yo pienso lo mismo. Un asesinato. Una turba de sensaciones que van del resentimiento a la necesidad. Un florilegio de pasiones. Raskólnikov, aturdido por la culpa, acepta su condena y aguarda que el amor por Sonia lo libere de todo mal. Nunca lo sabremos. Como no sabremos en realidad si El jugador, otra de sus obras maestras, es una narración autobiográfica o no. Hay opiniones de todo género. En todo caso, la culpa también está presente. El jugador no puede librarse de ella. Nunca. Sin embargo, la acepta como algo inherente a su persona y deambula por la vida con ella.
La culpa es el asunto, desde los inicios de la humanidad, que perturba a los seres humanos. Sin embargo, hay quien carece de esta herida. La culpa nunca va con ellos. Lo que ha sucedido la pasada semana me ha hecho pensar en el maestro Dostoyevski. En sus actantes. Las comparecencias del presidente del Gobierno español son propias de un personaje novelesco, no del hombre que representa una de las más altas magistraturas del Estado. Ninguna culpa es asumida, nunca, por él. Y no porque desde que ha llegado (2018) España sea un cúmulo de turbulencias. Él no ha tenido culpa alguna en la erupción del volcán de La Palma, sin embargo sigue sin cumplir sus promesas con los afectados. Ni culpa en la epidemia del covid, sin embargo nos mintió con su comité de expertos e informes inexistentes y cifras de fallecidos que aún desconocemos. Ni tuvo responsabilidad con la dana valenciana, sin embargo dijo que «si quieren ayuda, que la pidan» y se lavó las manos. Por supuesto que tampoco lo culpo de que la luz se haya ido durante horas, como en países tercermundistas. Sánchez nunca es responsable de nada. Sería un personaje a la altura de Dostoyevski.