Religión artificial

Jesús Benítez PROFESOR DE CIENCIA POLÍTICA EN LA USC, ESPECIALIZADO EN MÉTODOS COMPUTACIONALES

OPINIÓN

Stefano Spaziani | EUROPAPRESS

05 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El impacto causado por el deceso del papa Francisco logró irrumpir en el imperio de esta posmodernidad algorítmica de las comunicaciones instantáneas y las relaciones virtuales en la que se ha convertido nuestra cotidianidad. La brecha abierta en nuestra aparente normalidad por el brusco contraste con los milenarios ritos del Vaticano, cargados de solemnidad y de un simbolismo heredados de siglos, nos ofrece una fugaz oportunidad para reflexionar sobre los aspectos esenciales de nuestra existencia, que conviene aprovechar antes de que la velocidad habitual vuelva a cerrarla. La tecnología digital, piedra angular de la arquitectura sobre la que se sostiene esta modernidad líquida, nos ofrece una perspectiva privilegiada para este ejercicio. El caso de la inteligencia artificial merece especial atención, a la luz de las noticias sobre su aplicación a uno de los territorios más antiguos y sensibles de la experiencia humana: la religión.

En la iglesia de San Pedro, en Lucerna, Suiza, se implementó «Deus in Machina», un holograma de Jesús que ofrecía confesiones y consejos basados en citas del Nuevo Testamento; aunque despertó curiosidad, muchos fieles señalaron su falta de profundidad y autenticidad. Por su parte, «AI Jesus» proponía videollamadas con una versión digital de Jesús, un experimento que terminó provocando serios debates sobre la comercialización de la fe y la autenticidad de las experiencias religiosas digitalizadas. De manera similar, «Father Justin», un sacerdote virtual creado por Catholic Answers, ofrecía respuestas doctrinales y absoluciones, pero su presentación como un clérigo real y algunas respuestas controvertidas generaron rechazo y llevaron a revisar su funcionamiento. Al igual que con la inteligencia, la promesa de una «espiritualidad artificial» terminó revelando sus límites, poniendo de relieve la importancia de la empatía, consuelo y genuina conexión que los seres humanos necesitamos, especialmente en los momentos más difíciles.

Las experiencias fallidas de la inteligencia artificial en el ámbito espiritual son muy útiles, pues al operar sobre un caso extremo proporcionan un reflejo muy útil para caracterizar lo que ya estamos viendo en los ámbitos donde su uso se está normalizando. Los científicos, en general, y quienes participamos en el programa de investigación sobre la inteligencia artificial en particular, haríamos bien en tomar nota y comenzar a reconsiderar esa visión simplificada del ser humano como una ecuación de costes frente a beneficios o, en su versión más depurada, como un conjunto de estímulos y respuestas gestionables mediante impulsos químicos y algorítmicos. Si el programa de investigación en inteligencia artificial tiene algún valor, no se encuentra tanto en la sustitución del ser humano, sino en todo lo contrario: su utilidad para continuar aprendiendo sobre la naturaleza de nuestra inteligencia, que la evidencia empírica impide ya desvincular de aspectos supuestamente antagónicos, como las emociones o la espiritualidad.