«El arte lo es todo para mí. Me gustaría morir con un pincel en la mano o haciendo escultura»
OURENSE
Cuando niña, Vicente Risco le sugirió que cultivase su propio estilo y no copiara. Hoy sus obras están en cientos de espacios
24 ene 2009 . Actualizado a las 02:00 h.Sostiene entre sus manos la obra Las Ninfas , del maestro de la prosa Francisco Umbral. El marcapáginas anda por la mitad del libro, que posa encima de una mesa camilla. «Es un maestro de la literatura y del periodismo», dice ella quizá para provocar la primera conversación de la entrevista. Se sienta sobre un sofá que se antoja el posadero de su descanso, tal vez también el lugar en el que espera a las musas. Suelen venir de noche, que ya se sabe que la oscuridad vuelve al gato pardo, pero abre de par en par las ventanas de la creatividad. «Hoy me levanté a las 4.30 de la madrugada. Duermo cinco horas seguidas y después me levanto».
Y así a diario. Mayte Vázquez, pintora, escultora, creadora. Artista incansable a sus 69 años. Hay una palabra que se reitera en la conversación, casi como la gota malaya: «creatividad». Diríase que le obsesiona desde que tuvo uso de razón y percibió sin saber por qué extraño motivo que lo suyo era transmitir a sus manos lo que su mente concebía, ya sea en lienzos, en plumillas, o en pintoescultura .
Ya en su niñez, allá por Castro Caldelas, fue capaz de sorprender al mismísimo Vicente Risco, un gran amigo de Mayte. «Él y Manuel Casado Nieto me dieron los primeros consejos». A Risco lo recuerda «como una persona extraordinaria». Un día decidió hacer su primer cuadro, inspirado en Las espigadoras del pintor Jean Françoise Millet y cuando lo vio don Vicente «me dijo que le gustaba más que el original».
El principal consejo que le dio fue una invitación a que «fuese creativa, que visitara muchas exposiciones y sobre todo que no copiase, que fuese yo misma». Más allá de la cuestión docente, Mayte recuerda también, dada su pasión por el personaje, que a Risco fue «al único muerto al que yo le di un beso». Los ojos se toman el aspecto del vidrio.
Enseñanza
La artista dejó su Castro Caldelas natal y se vino a Ourense. Estudió Magisterio, con un paréntesis para casarse y seguir luego. «Yo no hice las oposiciones, tuve siete embarazos en seis años». Hoy tiene tres hijos. Impartió muchas clases «indagando sobre la creatividad, creé guiñoles en el colegio Concepción Arenal y pasé quince años en Maceda», entre otras actividades.
Su marido debió tener claro desde el primer día que los territorios estaban marcados y el de Mayte era el arte, «y que Dios le librase de limitarme ese terreno». Y no lo hizo. Frecuentó ambientes artísticos, gozó de la amistad de Laxeiro y se empapó de arte. «El arte es todo y lo podré hacer hasta la muerte, me gustaría morir con un pincel en la mano o haciendo escultura».
Sus «santos» como dice ella para referirse a parte de sus trabajos «andan por Portugal, Santiago de Chile o por la casa de un alto cargo del Parlamento Europeo». Y es que la creación no tiene fronteras. Lo dice ella que ha colocado piezas por muchos lugares del mundo porque han sido incontables las obras que han pasado por sus manos. «Yo qué sé, más de trescientas esculturas y sabe Dios cuantos dibujos, plumillas o pinturas».
A la hora de enfocar su actividad desde la perspectiva crematística, Mayte da una larga cambiada y prefiere hablar de «vivir con el arte, aunque yo viví del arte». Sobre el papel del artista, a veces efímero, a veces voluble y a veces mercantilista, la pintora y escultora ourensana se muestra convencida de que «el artista no debe venderse para gustar a la gente, hay que tener la suerte de conectar con el gusto del público».
Pero la cultura suele estar envuelta en muchas ocasiones en papel timbrado con membrete oficial, de alguna institución para entendernos. «No me pelearé por estar en las instituciones», zanja ella con rotundidad.
Desde la libertad que profesa lamenta que Ourense haya asistido con cierta indiferencia a la siembra y germinación de valores artísticos, «pero podría haber muchos más si hubiese talleres de creatividad y cuando yo propuse esas iniciativas nadie me dio importancia».
Arco
Una vez que da rienda suelta a sus opiniones, repasa el papanatismo que envuelve a muchas personas que, engalanadas con su mejor postureo, que dicen los mexicanos, son capaces de extasiarse ante obras que ni aprecia ni le dicen nada.
Mayte Vázquez afirma tajante que «no me interesan para nada algunas cosas que se ven por ejemplo en la feria Arco de Madrid, yo ando a mi aire y conecto con la gente». Todas sus opiniones salpican los rincones de su casa, llena de trabajos suyos que se ven por las cuatro esquinas o se agolpan por el suelo esperando el remate, un sitio mejor en el que colocarse o sencillamente esperan emprender vuelo desde el nido materno.
Por cierto que por el nido materno anda su hijo Carlos Costoya, un pintor que ya tiene mano. Truncada su pasión -«casi obsesión», dice su madre- de ser torero, ha recalado con la madurez en otras disciplinas. Ha cambiado el estoque por el pincel y el capote por el lienzo. Mayte, feliz, se recrea en la obra de su vástago. Se vuelve un poco niña y a modo de desahogo comenta que le gustaría «tener una casa muy grande llena de muñecas, juguetes para los niños y un museo para los mayores». Tal vez algún día haga la mudanza.