Exceptuando algunas protuberancias femeninas que no se nombran, nunca un crítico tuvo tan pocas cosas a las que agarrarse. Para cualquier mente con más de una conexión neuronal, Sex Drive es lo más parecido a una condena. Suponemos que no será tan dramático si el sufrido espectador es uno de estos voluntariosos indulgentes con la nueva comedia casposa norteamericana que creen que bajo las emanaciones de los jovencitos protagonistas hay algo más que fluidos. Para los que pensamos que las bromitas guarras, en la línea del fijador de pelo del flequillo de Cameron Díaz, no son un logro artístico del cambio de siglo, resultan tóxicas las dos horas sufridas a pie de obra.
Admitamos que entre Judd Apatow y Verano del 42 podría haber un punto de encuentro, pero sin duda está muy lejano de la tierra que pisan en Sex Drive , algo así como una road movie pensada para que el prota preuniversitario pierda la virginidad. Asesorado por un póster parlante de Van Damme, el chico flacucho cuelga en Internet su retrato trabajado con Photoshop , acompañado del coche fantástico de su hermano mayor y el resultado es que una rubia espectacular concierta con él una cita. A bordo del Pontiac del 69, el chico viaja desde Chicago a Knoxville, acompañado de su mejor amigo, una piraña gorda de extraño éxito con las chicas, y de una amiga de la infancia. Con mucho sentido del humor, Amanda Crew interpreta a esta última y ella será nuestro único bálsamo.
El resto es puro desierto. La cosa podría haber funcionado si los autores se hubieran tomado el viaje supuestamente iniciático como una panorámica por unos EE.?UU. enfermos. Pero lo único que interesa es el chiste grueso que incluye una aldea amish excesivamente animada, la amplia y promiscua red de váteres de carretera de Tennessee, el show de un dentista con vocación farandulera y un the end moralista y delirante digno de redacción de cuaderno escolar. «Todo el mundo quiere lo que no puede tener», sentencia el amigo gordo mientras huimos despavoridos.