En el debate sobre el estado de la Autonomía, el presidente Feijoo dedicó diez minutos de su discurso a los gallegos. Les dedicó un tiempo de baloncesto; lo que tardamos en tomarnos un café o en ojear el periódico; el período que tiene un torero para ejecutar la faena. Aportó dos ideas fundamentales: gastar menos y crear empleo. Hasta ahí el espejismo. Las otras diez horas las despilfarró en la contribución del estado de la confusión con 50 folios leídos, réplicas, contrarréplicas, floripondios y cachondeo. Solo los escuchó mi amigo Antonio porque iba en el coche. A los ourensanos nos la refanfinflan; estamos en otra galaxia. No hablan nuestro idioma. Deberían, digo yo, disimular. Hablar, con cinismo, de las cosas que le preocupan y afectan a los vecinos. Que se lo monten con ese descaro joroba un montón. Aún así, algo tenemos que hacer porque ellos , todos, malgastan nuestro dinero. Necesitamos, urgente, listas abiertas y decencia a quintales. En Roma era pan y circo. Con Franco, pan y fútbol. En Ourense, paro y AVE. Días atrás me recriminaba un vecino, político malo: «¿Por qué te quejas? Gracias a nosotros vives muy bien». «Yo vivo de 45 años de trabajo», pensé. Ellos viven, algunos, del cuento y todos, siempre, de nuestros impuestos.