Cuando éstos, imitando las artes caciquiles de los otros, se fueron a Buenos Aires a procurarse unas sacas de votos, El Pibe les consiguió una cosecha faraónica. El alcalde de esta provincia, palabra de político, le ofreció el oro y el moro si se venía a Galicia. El Pibe, confiado él, allá que se vino. Pero acá no es como allá. De la noche a la mañana se esfumaron las promesas hechas de un trabajo en un centro de interpretación, en una fundación...
El Pibe se topó con la realidad del país y con la ayuda de sus primos y de sus amigos futboleros. Va encontrando trabajos que le dan para ir tirando, porque él, como buen hijo de gallegos reciclado a emigrante, trabaja para aprobar, no para sacar nota.
Cuando se enteró del resultado de las elecciones, el lunes por la mañana, se fue a la alcaldía a ver al alcalde felón que lo había engañado. El alcalde lo recibió en su despacho con los ojos inyectados con la sangre del no dormir y del odio a sus vecinos que le acababan de retirar su modus-trincandi. «Pibe, ¿qué traes?», le preguntó. Y el ché le contestó como solo lo saben hacer los porteños nacionalizados ourensanos: «Alcalde, que bien jugás, pero que mala suerte tenés».