Yosso vive en la casa familiar, donde atesora parte de sus cuadros y su obra
24 dic 2012 . Actualizado a las 15:00 h.Disfrutar de una obra de Yosso y pensar en Van Gogh no es descabellado. Cada uno en su espacio, en su tiempo, en su estilo... lo cierto es que ambos transmiten ese colorido, esa magia, esa alegría en sus cuadros que, en cambio, no reflejan sus rostros. Ni tampoco sus vidas. Aunque es cierto que la de Yosso vivió más épocas de luces que la del holandés, su estilo de vida actual vuelve a mostrar similitudes.
El propio Yosso nombra a Van Gogh varias veces en la conversación. No para equipararse en pobreza (o no solo para eso, ya que el artista de Valbuxán subsiste con una pensión no contributiva que no da para muchas alegrías), sino para referirse al estilo. «A xente dicía que os meus cadros arrancaban no impresionismo, pero dixeron que era hiperrealismo, que elevaba o hiperrealismo á suma delicadeza, de tanto traballo, que era unha obra moi especial», dice convencido. Y preguntado sobre si sus cuadros también moverán cifras astronómicas cuando haya fallecido, es rotundo: «Eu o recoñecemento queríao en vida, e xa o tiven. Polos meus cadros xa me ofreceron moitos cartos».
Viendo sus condiciones de vida salta la pregunta de por qué no vender. Pero dice que en sus cuadros hay demasiada alma, demasiado esfuerzo, demasiado sufrimiento, «un plus que non se pode pagar». En el sufrimiento entran las noches a la intemperie por media Europa. Y también cierta vanidad que no esconde. «Eu non podo ser coma os outros autores», dice.
No quiere que su obra se desperdigue. Sueña con lo contrario, un lugar en el que se exponga toda, en su conjunto. De eso le habló en su día David Ferrer desde la Diputación, pero el proyecto se quedó en nada tras su muerte. El Concello de O Bolo le ha ofrecido una sala en el castillo para exponer algunos cuadros, pero él lo reclama todo. El alcalde, Manuel Corzo, rechaza tal opción «porque non tería sentido, é unha torre medieval, non pode ser só un museo de arte contemporáneo».
Yosso habla desde su retiro en Valbuxán, su Valbuxán, la aldea que ha hecho internacional a través de sus libros, que firma como Xosé de Valbuxán. Allí llegó hace ya varias décadas después de recorrer Madrid, Londres, París, Roma... buscando engrandecer sus conocimientos en pintura, buscándose la vida en las calles y, después, encandilando a los críticos de arte y a la prensa especializada. Pero «problemas coa vistas e as mans» lo trajeron de vuelta a casa. Y ya no se fue. Hubo momentos en los que echó de menos la vida urbanita, pero ya no. Solo quiere estar en Valbuxán, solo, a pesar de que la salud ya no es la que era y ya le ha dado más de un susto. «Pero non quero marchar, mentres poida estarei aquí», añade.
Quiere morir en Valbuxán, el mismo lugar en el que nació hace casi setenta años. Apenas había cumplido los ocho años cuando sus padres le mandaron a los Escolapios de Monforte, y ya por aquel entonces había pintado sus primeros cuadros, aunque en un lienzo especial «as saias vellas da miña nai». No era como los otros niños, porque sus padres no tenían dinero, así que él pagaba las clases «servindo as mesas, atendendo a limpeza...».
Después llegaron Getafe, Madrid, Navarra, La Rioja... Y ya estaba en capilla para ser ordenado sacerdote cuando informó a su familia de su decisión de optar por la vida civil, algo que no sentó muy bien en su casa. «O meu pai nunca chegou a perdoarme de todo», cuenta. Se fue a París, a estudiar en La Sorbona, alternando los trabajos esporádicos para poder sacar dinero y seguir pintando. «Como tiven moi bos profesores de Belas Artes, podía facer un cadro cubista, realista, impresionista, do estilo que me dese a gaña, porque tiña man. Só que iso non me satisface, ese tipo de pintura... A min gustábame o que facía, que o que non entenda pode dicir que parece puntillismo, cando non ten nada que ver. Son toques de pincel, uns encima dos outros, porque o meu era cerebral. Sempre buscaba a perspectiva. Para iso facía toques miudiños, que hai miles, na lonxanía».