
El festival de cine de Ourense recuerda el caso del metílico y sus víctimas
18 nov 2013 . Actualizado a las 07:05 h.Es, en palabras de Fernández Méndez, autor del libro «Metílico: 50 años envenenados», una historia de «veneno, dinero y muerte». La proyección del documental «Metílico: a bebida da morte», dirigida por Emilio R. Barrachina, dio anoche un nuevo aire al festival de cine. Aquella historia nacida en el Ourense más negro de los años sesenta aún sacude conciencias. El veneno iba oculto en alcohol, segó vidas y también dejó graves secuelas. Con el caso de Emilio Rodríguez, que en el año 1963 era un hombre feliz y tenía una tienda en la aldea de A Pena, en Cenlle, arranca la película. Su desayuno era licor café y galletas. Un fatídico día de aquella primavera abrió la primera botella de una partida que acababa de recibir de Ourense. De ningún manera podía imaginar que horas después sus ojos verían nieve, en el exterior, e incluso cuando se afeitaba. No pudo acabar. Con el nervio óptico quemado, de pronto se le encendieron mil bombillas dentro de la cabeza, para, a continuación, quedar a oscuras. Para siempre. Fernando Méndez llegó a hablar con él. Fue la única víctima a la que pudo entrevistar para el libro que ha servido como base de la película estrenada ayer. Su hija Livia asistió al acto.
Segunda tiempo. En el año 1967 se celebró el juicio. El fiscal Fernando Seoane grabó su alegato final. Es un documento inédito que ha visto la luz con esta película. Los abogados Amando Prada y Nemesio Barxa también cuentan en primera persona su participación en una causa y en un proceso que acabó con una sentencia «que no hizo justicia», en opinión del escritor. A Prada Castrillo le correspondió la primera asistencia profesional a uno de los principales encausados, Rogelio Aguiar, aunque la dejó por discrepancias sobre el modo de llevar el caso. Nemesio Barxa había representado a la empresa Industrias Rosol. Ayer estuvo en el Auditorio.
Con la sentencia firme, el Estado esquivó cualquier tipo de responsabilidad civil que le pudiera corresponder, el cumplimiento de las condenas acabó muy atenuado, (sin que ningun implicado hubiese acudido al Tribunal Europeo de Derechos Humanos) y las víctimas tampoco cobraron ni un céntimo de las indemnizaciones fijadas.
El litro de alcohol vínico costaba en dinero de la época treinta pesetas. El litro de alcohol metílico no pasaba de catorce. El negocio se presetaba redondo. Pero fracasó dramáticamente.