Ni Rock ni And Roll

Isaac Pedrouzo ESTO NO ES OREGÓN

OURENSE

01 abr 2017 . Actualizado a las 17:49 h.

Después de mi segunda vida en la que intenté ser rapero sin éxito alguno, intenté ser rockero en la tercera.

Cambié los parches punkies que mi madre le había puesto a su cazadora vaquera durante esa cosa que se llamó la movida, por algunos con mensaje más directo: ACDC, The Rolling Stones y uno de Kiss que parecían más duros de lo que eran en realidad.

Me enfundé mi cara de rock que durante semanas había ensayado en el espejo del baño y me fui directo al Far. El Far era un bar donde Born to Be Wild de Steppenwolf era himno oficial y asignatura obligatoria. Donde Los Suaves, ya estrellas nacionales, tomaban copas, tantas, que le pusieron su nombre a aquella plaza. Las chicas, siempre mayores que yo, se comían el mundo a golpe de tubos de cerveza haciéndote creer que sí, que tus posibilidades existían para después irse con los mayores. Soledad de patio del colegio.

Mi ilusión se terminó el primer día, en el momento exacto en que a Yosi le llamé Charly y a Charly le llamé Yosi. Como una broma del destino sonaba The End de The Doors. El final mi querido amigo, aunque el mío ni siquiera había tenido un comienzo.

Decidí entonces que lo mejor sería añadirle un «and roll» a aquello de rock. Y la cazadora vaquera sustituyó a la chupa de cuero en la percha del armario donde mi adolescencia todavía viviría unos pocos meses más acomodada y doblada justo encima de las camisetas de Bola de Dragón. La infancia desterrada al fondo del estante.

Aprendí a evitar a las señoras con nuez y pocos dientes que buscaban compañía en la calle que baja al lado de la oficina de correos. Calle que conducía al Rock Club, un oasis de rock and roll que diez escalones escondían tras la puerta de un sótano.

Resultó que mi «and roll» no daba la talla en la pista de baile y terminé siendo ese tipo que vive apoyado en la barra, al que le ponen lo de siempre. El que un día dudó de si la nuez de aquella mujer -casi chica- que bebía sentada en un taburete tenía tanta importancia. Pero solo dudó.

En el Rock Club te conocí a ti. Y a ti, aunque nunca te acuerdes. Fui capaz de que me pusieran Bruno Lomas entre La Chatunga de Doctor Explosion y Psycho de The Sonics. Perdí algún amigo dormido en el sofá estampado de cebra y me gané alguna que otra bronca merecida por tocar donde no debía. Tocar donde debes no va a ninguna parte. Y sin embargo mi rock y mi «and roll» seguían sin ser suficientes.

Monté mi propio bar. Le puse «POP» justo al lado del nombre, porque sí, porque uno no puede tratar de ser lo que no puede ser. Porque Los Planetas y Pixies me erizaban la piel y ponían de punta más cosas incluso que los pelos de los brazos. Ahora ya nunca escucho los discos de Los Planetas.

En mi cuarta vida decidí ser popero, y entendí, por fin, que el rock, el pop y el «and roll» no son tan distintos. En mi quinta vida jugué a ser yo, y ahora ya voy en busca de la sexta.