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La N-525 pierde tráfico, gana peregrinos y reduce la siniestralidad

edith filgueira OURENSE / LA VOZ

OURENSE

Santi M. Amil

A punto de cumplirse ocho años de la apertura al completo de la AG-53, la calzada de la N-525 desfallece por tramos

23 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Mi hijo era escalador y se cayó en Venezuela. Lleva ya dos operaciones, pero no tiene pinta de mejorar y el mes que viene lo operan otra vez en EE.UU. Por eso estoy haciendo el Camino de Santiago por cuarta vez». Esta es la historia de Raffaele Abbinante, el único peregrino que el pasado lunes transitaba por la N-525. «Pensaba que había más tráfico por lo que me habían dicho, pero solo pasa algún camión de vez en cuando», explica sorprendido. Y es que el próximo martes 25 de abril se cumplen ocho años desde que se abrió el último tramo de la AG-53 que une Santiago con Ourense.

Dicha autopista se construyó, precisamente, para descongestionar el tráfico entre ambas ciudades y los ayuntamientos y parroquias por los que pasaba la carretera nacional. Sin embargo, el resultado en algunas zonas excedió lo previsto, dejando pueblos como islas a la deriva que se extinguen lentamente. Es común transitar por la N-525 durante varios kilómetros sin encontrarse con ningún vehículo. Incluso hay horas muertas ?sobre todo por la tarde? en las que el silencio es el único que discurre por el asfalto. Algo que para algunos, como es el caso de Francisco Feijoo, resulta obvio. «Os dos bares notaron moito o descenso do tráfico, e máis os das panaderías de Cea», comenta este jubilado acompañado de su nieto pequeño.

«A dicir verdade, eu fai nove anos, cando quería saír da casa, tardaba tres ou catro minutos dos coches que pasaban. Había moito tráfico. E agora non tardo nada», dice Francisco en el portón de su vivienda, en Viduedo (Ourense), que desemboca directamente en la carretera. Pero él considera que «é mellor así» por la tranquilidad. «Ninguén ven por aquí máis que nos fines de semana cando veñen da capital ás aldeas», sopesa mientras calcula que anteriormente había «un 70 % más de tráfico».

Para Manuel Pérez, trabajador desde hace 13 años en una gasolinera de San Cristóbal de Cea (Ourense), el dato porcentual varía, pero la sensación es la misma. «Hay la mitad de tráfico que antes del 2005 y no descendió paulatinamente, sino que lo hizo de golpe», lamenta. Además, afirma que el volumen de vehículos es mayor entre semana que durante los fines de semana y que la mayoría de la gente que utiliza la nacional es «de la zona». «Antes de la autovía paraban a repostar viajeros y personas que no eran de aquí, ahora ya casi no hay». El descenso de clientes llevó parejo un descenso de empleados: antes eran tres y ahora son dos. Si le preguntan por la solución Manuel responde que la «autovía debería ser de pago». La única hora que considera rentable por las tardes, en cuanto a repostajes, es de 19.30 a 20.30. «El resto del tiempo no pasa ni un alma por aquí», algo que secunda Mario García, gasolinero de otro negocio en el punto kilométrico 316 ?en Loimil (A Estrada)?. «Imagino que será por ahorrar tiempo, pero desde que abrió la autopista y pese a que hay que pagar, la mayoría de la gente hace el recorrido por allí». Mario respalda la opinión de que el mayor flujo de vehículos se concentra «a la hora de salida del trabajo».

Haciendo el recorrido completo ?entre Ourense y Santiago? el paisaje se torna desolador por momentos. Bodegas de vino, estaciones de servicio, almacenes de madera, concesionarios de coches, restaurantes que en algún momento vivieron su particular agosto infinito, casas con columpios oxidados de los que ningún niño disfruta, e incluso una antigua fábrica de ataúdes en ruinas ?como si de un presagio se tratase?. Edificios que conforman el esqueleto de una época en la que la nacional era fenomenal. Todo lo que queda son kilómetros de asfalto que empiezan y terminan en ninguna parte. Una jungla abandonada en la que los puntos con más vida son los cruces con varios destinos.