La entidad alerta de que las necesidades de las familias son cada vez mayores
12 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Ourense es una ciudad en la que la pobreza no salta a la vista. El hogar del transeúnte siempre tiene camas disponibles, a pesar de que cuenta con tan solo 20 plazas; delante del comedor social no se forman colas interminables de personas, las salidas de los efectivos del programa Senteito de Cruz Roja para localizar a los que duermen al raso no suelen deparar muchas sorpresas. Hay indigentes, pero la mayor parte de la pobreza no está en la calle. No hay más que ver los datos de ayudas y asistencia de las entidades sociales para darse cuenta. «Es la pobreza invisible. Ese el gran problema; no hay percepción de la situación real porque no se ven, no molestan en la calle», apunta Óscar Diéguez, coordinador de programas de Cáritas Diocesana. «Y lo peor, lo que más nos preocupa, es la intensidad de la precarización que estamos notando. Cada vez necesitan más ayuda, no ya para vivir, sino para sobrevivir», añade Mari Carmen Alonso, que comparte con él la responsabilidad en la organización de los servicios.
Ambos coinciden en que la supuesta mejoría económica tras los años más duros de la crisis no parece reflejarse en una disminución de las necesidades de esos ourensanos que no mendigan en la calle pero que no tienen recursos para afrontar el pago del alquiler o de los suministros de la vivienda, para comprar ropa o, incluso, para alimentarse. Y, en contra de lo que pueda pensarse, muchos tienen trabajo. «Cada vez tenemos más casos con vidas laborales marcadas por la temporalidad. Personas que, aunque sean relativamente jóvenes tienen una trayectoria laboral extensa pero que en los últimos tiempos está dado de alta unos pocos días, luego va al paro, luego vuelve a salirle algo una semana, después consigue otro contrato pero de muy pocas horas», relata Alonso.
Así las cosas, el círculo de la pobreza se va ensanchando con las necesidades del día a día y con los gastos extra que «en determinadas épocas del año son inevitables, como la calefacción en invierno o el material escolar para los niños en verano». Cáritas nota perfectamente esa realidad. La mayor parte de sus recursos son para cubrir el mantenimiento del hogar. «Cada vez son más pobres y cada vez pasan más tiempo necesitando nuestra ayuda. Hay gente que pasa años vinculada a nosotros», añade Alonso.
La realidad de la precarización del empleo tiene otras consecuencias que impiden que las familias rompan la tendencia. «En Ourense hay cada vez más preceptores de la Risga, la renta de integración social», apunta Óscar Diéguez. Afortunadamente, según cuentan, ha aumentado el importe medio. «Para una familia con menores a cargo la ayuda media era de 450 euros, ahora anda por los 650, pero lo que seguimos detectando es que hay una dificultad expresa en la compatibilización de la prestación con los esfuerzos por volver al mercado laboral», matiza. Se refiere a la tardanza en la tramitación para recuperar esa renta de integración. «Te sale un trabajo y al darte de alta automáticamente dejas de percibir la Risga, pero una vez que ha finalizado el contrato, el trámite de reanudación para la ayuda tarda mes y medio. Si has conseguido un minitrabajo de dos semanas, por ejemplo, que te reporta doscientos euros, obviamente no puedes sostener a una familia hasta que vuelves a percibir la ayuda mes y medio después», ejemplifica. Desde Cáritas matizan que en la era de la informática no se entiende que el trámite no pueda ser automático. «Lo que está provocando es que quien quiere trabajar y busca empleo, con la oferta laboral tan precaria y los trámites tan lentos, en lugar de ir hacia la normalización acabe empobreciéndose más», concluyen.
Las familias con niños son mayoría, aunque crece el perfil de hombres que viven solos
La constatación de ese aumento de la pobreza movida por la precarización laboral está en que el perfil de usuario de Cáritas que más ha crecido es el de hombres solos «tanto jóvenes como los que están en la cincuentena», apunta la coordinadora de programas, Mari Carmen Alonso. No es que las mujeres sufran menos esa precarización «pero sí es cierto que la estructura de la provincia, con escaso tejido empresarial, los limita más. Ellas aún tienen el del sector doméstico, para hacer horas en una casa o cuidar de mayores, por ejemplo», señala Óscar Diéguez.
Pero el perfil mayoritario de los que buscan ayuda en Cáritas siguen siendo las familias con hijos. «Suponen el 60 %», explican. Ese porcentaje es incluso superior en servicios como el comedor social. Aunque se evita que los menores tengan que acudir a la instalación entregando la comida para que sea consumida en los domicilios. «Son el 70 % de los servicios que preparamos», dice Diéguez.
Otro colectivo que sufre especialmente la pobreza son los mayores. Nada extraño si se tiene en cuenta que esta es la provincia con la pensión media más baja de España. Pero además, ven agudizada su situación por las propias limitaciones de la edad y, con frecuencia, por la soledad. «Es increíble cómo mejoran después de un tiempo en los programas que tenemos; tanto ellos físicamente como en la preocupación por tener lo mejor posible su casa». Los voluntarios de Cáritas les acompañan también en trámites sanitarios o burocráticos. «La clave es que sepan que hay alguien pendiente de ellos», apunta Carmen Alonso.