Seguro que al lector se le ocurrirá más de una respuesta si se le pregunta qué hacer con 1.500 euros. Dependerá de las necesidades y las perspectivas de cada cual. Si la historia va de capricho contando con una pasta caída del cielo, o de ir justos y pensar a qué destinar ese dinero, que es lo mismo que decir dos nóminas de salario mínimo interprofesional, el abanico es tan amplio que puede rozar la obscenidad, dependiendo el ángulo desde el que se mire. Con 1.500 euros se pagan varios meses de alquiler, llegan para un implante dental y el adelanto del segundo, se pueden arreglar unas vacaciones o un viaje, comprar una caja de doce botellas del caminante juanito etiqueta azul, o, ya puestos, darse uno o varios caprichos con esas marcas de vino o de champán-una botella de Salon, por ir a cifras redondas- que tampoco son para todos los días, reservar mesa en un veinte estralos e invitar a la pareja y a unos amigos con desplazamiento y hotel incorporado, un peluco de gama media, el recibo de la luz de un par de años, un regalito para los sobrinos, una fiesta de cumpleaños, una buena bicicleta, televisores para toda la familia, un par de iPhone, un buen ordenador, un par de joselitos (o tres cincojotas), un número indeterminado -según perfil familiar- de carros de la compra del supermercado, lo penúltimo en electrodomésticos, algún recibo del IBI, una larga temporada de abono a las termas de Outariz o, a falta de ideas, guardarlo en el banco para otra ocasión. Aunque, claro, también se puede tirar el dinero, directamente y en forma de multa, por una nada presentable discusión con otro espectador en un partido de fútbol de chavales.