«Las vacaciones de mi infancia eran los domingos y nunca nos aburríamos»

La Voz

OURENSE

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El chef ourensano Francisco Domínguez recuerda las escapadas de ida y vuelta junto a toda su familia

01 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Recuerdo perfectamente cómo eran mis veranos de niño, los recuerdo porque mis hermanos y yo esperábamos ansiosos a que llegara el domingo y poder disfrutar de la playa o la montaña. Soy de una familia hostelera por parte de padre y por parte de madre por lo que las vacaciones de verano de mi infancia se reducían al descanso semanal de los domingos, único día del que podíamos disfrutar juntos toda la familia al tener cerrados los negocios. Salíamos muy temprano en dirección a las Rías Baixas, con la nevera cargada de tortilla, milanesas, ensaladilla... y una larga lista de comida preparada por la abuela. Era solamente un día pero rendía como si fueran muchos más, no había un minuto de aburrimiento. Hacer el viaje de vuelta sin apoyarnos en el respaldo del asiento era lo normal, llevábamos la espalda tan quemada que dolía hasta el roce de la camiseta. No había autovía todavía, así que el viaje era largo y me encantaba que siempre parábamos a cenar en algún área de descanso por el camino.

Cuando no íbamos a la playa nos acercábamos a Manzaneda. Es curioso pero he estado más veces allí en verano que en invierno. Salir de Ourense a casi cuarenta grados y llegar a la estación con veinticinco. ¡Increíble! Llevábamos nuestro equipo especial para pícnics, con sillas, mesas, hamacas para colgar de los árboles, cartas y dominó. La parte gastronómica volvía a correr por cuenta de la mejor cocinera que ha dado esta familia: mi abuela. Nada podía salir mal. La verdad es que solo tengo buenos recuerdos de esa etapa de mi vida. Imagino que estar esperando con tantas ganas por ese día hacía que todo valiese la pena.

Por la semana tocaba hacer las páginas del cuaderno Santillana, creo que no había nada en el mundo que odiara tanto. Una vez hecha la tarea era libre para ir con mis amigos del barrio. Nos subíamos a los muros de la estación de tren de San Francisco, jugábamos al fútbol, hacíamos cabañas en los árboles, guerras de tirachinas, de garbanzos (¡Qué dolor) o de globos de agua... y siempre sabíamos, sin reloj, cuándo era la hora de ir a comer a casa. Si salíamos del barrio era para ir en bicicleta a Allariz, a pescar a Os Peares o al río en Puente Grande. También íbamos a las piscinas. Para llegar a Oira atravesábamos caminando el túnel del tren de San Francisco siempre en grupo numeroso para estar pendientes de la llegada de trenes y poder apartarnos a tiempo. Otra opción era Monterrei. Primero caminábamos hasta Santa Mariña y luego atravesábamos el monte hasta las piscinas. Una aventura que hoy en día me cansa solo de pensarlo.

Y... ¡a trabajar!

Cuando cumplí 16 entré en la escuela de hostelería. Al terminar el primer año vi un anuncio de una empresa de Palencia que buscaba camareros para la temporada de verano. No me lo pensé dos veces y les llamé. Tengo la grandísima suerte de tener un padre maravilloso que siempre se ha preocupado por todos sus hijos. Me subió a su coche y después de casi quinientos kilómetros llegamos a Torquemada, en Palencia. Realicé mi primera entrevista de trabajo y allí mismo me dijeron que en quince días empezaba a trabajar. Sin darme cuenta, en ese momento empecé mi vida laboral, lo que en mi caso se traduce en que a partir de ahí los veranos se convirtieron en una combinación de estudio y trabajo a punta pala. Desde entonces los meses de julio, agosto y septiembre se llamaron temporada alta.

«Este año tocará aprovechar para viajar por nuestra maravillosa comunidad»

Todos los veranos cierro Pacífico durante tres semanas. En ese tiempo, un sitio al que me encanta escaparme es Cádiz. De allí siempre vuelvo con las pilas cargadas. Me gustan muchísimo sus pueblos, sus playas, su gente, su gastronomía… Este año tenía todo planeado para, junto a mi padre y mi hijo, hacerle una visita a mi hermano en Tenerife porque, por motivos laborales, lleva años instalado allí y aún no he ido a verle. Después de tres meses cerrados por el covid-19 hemos decidido posponer las vacaciones, así que tendrá que seguir esperando esa visita.

Este año tocará descansar días sueltos y aprovechar para viajar por nuestra maravillosa comunidad, volver a visitar las playas a las que iba de pequeño, comer en restaurantes de amigos, pasear en moto… o simplemente desconectar, pero en Galicia.