«Cuando era niño funcionábamos con pandillas, y teníamos hostilidades»

Marta Vázquez Fernández
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Agostiño Iglesias

Estudiar Derecho en Madrid permitió al abogado José Antonio Pérez vivir intensamente los años de ebullición política en el país

02 ago 2020 . Actualizado a las 17:27 h.

Ha corrido en las dunas del desierto del Sáhara con temperaturas de 56 grados y dice haberlo disfrutado tanto como cuando acude a un juzgado para defender que una madre separada debe tener la custodia de los hijos. Así es José Antonio Pérez Fernández, ourensano de la calle del Paseo que, entre deporte y despacho, aún saca tiempo para su familia, su otra gran pasión.

No es raro, de hecho, verlo por la calle cargando sobre sus hombros a alguno de sus cinco hijos. «Tengo suerte», reconoce este profesional optimista y motivador al hablar de ellos y recordar una trayectoria que comenzó en un año que, así es él, oculta tras una adivinanza. Calculamos, pues, que allá por 1960 nació en la capital ourensana. «Siempre viví en la calle José Antonio, hoy rúa do Paseo, y en la actualidad sigo allí. Eso en aquellos años marcaba porque nos llamaban los pijos del parque de San Lázaro. Entonces funcionábamos con pandillas: venían las del Couto, del Puente, de Bichita, y de vez en cuando entrábamos en hostilidades y recibíamos y dábamos, era así», reconoce. Tras estudiar en Maristas, se marchó a Madrid para completar el curso de acceso universitario, entonces COU, al colegio mayor San Pablo. Luego se quedó a estudiar Derecho, en la CEU. «Para mí aquella experiencia fue una escuela de vida. Estaba en contacto con 150 personas entre las que había muchos gallegos, andaluces, vascos, catalanes, gente de muchas provincias. El colegio era como un monasterio, así que allí todos conocíamos la vida del resto de los compañeros; eran años convulsos políticamente que nos permitieron un gran enriquecimiento personal porque Madrid era una ebullición. Había ministros del gobierno de UCD que me daban clase; comíamos y cenábamos con gente como Manuel Fraga, Alfonso Guerra. Aquel era un colegio católico, pero había mucha pluralidad, ellos invitaban a todo el mundo. Tuve mucha suerte de poder estar allí porque fue una de las mejores etapas de la vida», rememora sobre aquellos años en los que, por su ya notable rendimiento deportivo, tuvo la oportunidad de conocer a Alfonso de Borbón, años después fallecido en un accidente de esquí.

Y aunque reconoce que nunca tuvo vocación por la abogacía, de hecho se preinscribió también en Ingeniería Industrial y Económicas, se decantó finalmente por la carrera de leyes, si bien se prometió a sí mismo que si suspendía alguna asignatura lo dejaría. Eso nunca ocurrió. «Empecé a ir a juicios, a conferencias; aprovechaba la vida y la energía que había en Madrid, y poco a poco me fui metiendo en este mundo, aunque podía haber sido economista o ingeniero», asegura.

Todo indica que no se equivocó. En 1984, al terminar el servicio militar obligatorio en el cuartel de San Francisco, tenía sobre la mesa varias alternativas de futuro. «Podía elegir entre una beca, un despacho, un máster, una empresa, pero al final me quedé en Ourense y me fueron bien las cosas», admite. Un veterano abogado José Luis Teijeiro, le abrió las puertas de su despacho, y allí aprendió lo necesario para poder seguir el camino por su cuenta, empezando desde cero. «Se me conoce porque negociaba muchos convenios, pero soy más civilista y mercantilista. En esta profesión hay que tener suerte, pero también que te acompañen los resultados», señala.

A él, esos buenos réditos le llegan porque dedica muchas horas a preparar sus casos y a sus clientes. «Hay que invertir tiempo, sin él nada se construye», advierte cuando explica que el trabajo de un abogado, sobre todo cuando lleva separaciones, como es su caso, precisa hacer un poco de psicólogo. «La persona viene muy débil, vulnerable, y no es todo Derecho», cuenta, explicando que «muchas mujeres están sometidas al chantaje emocional de sus exparejas, y a veces renuncian a sus derechos firmando convenios perjudiciales, por eso hay que hacer que cambien el chip», explica.

«Rama flexible, espíritu maratoniano y el mundo redondo» son los tres principios que rigen la vida de este profesional. «Los pongo en práctica y animo a hacer lo mismo a quienes están a mi lado». Ya saben.

«Cuando corres más de cuarenta kilómetros lo relativizas todo»

José Antonio participó en el primer maratón que se corrió en España, en mayo del 78, y ya nunca paró. «En mi vida hay constantes y entre ellas se encuentra el deporte; llevo ya 407 carreras de más de 42 kilómetros», cuenta, explicando que solo corre maratones de más de esa distancia porque «endorfinas, y al hacerlo entras en una situación en la que relativizas tu vida, minimizas los problemas». Con sus «discípulos» Casiano, Domínguez y Rabanal, se ha inscrito en las 100 millas del Privilegio, a celebrar en noviembre en Castilla la Mancha. «La mitad de los maratones han sido por montañas, pero la dureza la hace uno mismo, más que la orografía o el recorrido. La clave es si vas al 100 % o, como hago, yo, al 60 %, divirtiéndome y cogiendo fósiles por el camino. En una carrera de Portugal acabé con diecisiete kilos de piedras », reconoce. Esos «recuerdos» los coloca luego en su despacho. «Solo verlos me hace recordar todo lo que pasó ese día. Y es una gozada».

Quién es. Profesión. Su rincón.

DNI

Quién es. Nació en Ourense. Estudió en Maristas y luego se fue a Madrid, donde cursó COU y la carrera de Derecho.

Profesión. Abogado.

Su rincón. El castro de Santomé. «Allí conviven varias culturas y hay un bosque impresionante de robles, alcornoques, encinas, pinos e incluso madroños. Vas bordeando el Lonia, que es un río pétreo, pero como no está muy bien habilitado lo conocemos dos o tres», asegura. Valora la belleza del entorno del Miño, pero lo ve «abandonado».