Dicen los que peinan canas, después de ver muchos torneos de fútbol, que ya no llueve como llovía hace años. Puede ser. El cambio climático y otras apreciaciones que tienen bastante de subjetivo nos hacen manifestarnos en un sentido u otro. Lo cierto, es que los más experimentados del lugar ya insistían en aquello de que es necesario guardar para el invierno. Leña, alimentos y esas otras cosas que parecen sobrar en nuestros hogares modernos e informatizados. Pero la vida, no se deja llevar por las modas.
Veía a Juan Carlos Unzué en el documental que le dedicó Mónica Marchante, para que explicara su modo de enfrentarse a una enfermedad tan grave como la ELA. El bueno del portero, siempre con una sonrisa en los labios, nos da cada día una lección de vida. Y lo hace sin buscar el halago fácil, solo con el afán de visibilizar su dolencia y la forma en que afecta a otras personas menos favorecidas que él. Lo considera una responsabilidad.
Ya me gustaría que gestores y gobernantes —deportivos y de los otros— fueran tan responsables. El invierno de muchas entidades minimiza las opciones de un futuro mejor si no se guardó cuando realmente se podía. Hoy en día, seguimos pendientes del «qué hay de lo mío», tan famoso en esta provincia durante años y aún en alza.
Con Unzué, aquel portero menudo que se defendía como ninguno en los campos embarrados de antaño, aprendemos también a adaptarnos. Y ojalá reclutemos antes del invierno a tal cantidad de personas leales, como las que le ayudan ahora a capear el temporal. Es solo una cuestión de valores y de voluntad.