Aunque mi adolescencia es mi prehistoria y todo ha cambiado —las niñas ahora crecen más rápido— es fácil enumerar qué cosas deberías poder hacer con 14 o 15 años.
Tienes que sentirte a salvo en tu casa y con tus colegas. Que la vida no te pese, que sea ligera, como la juventud. Estudiar y aprender.
Tienes que hablar durante horas con tus amigas (yo lo hacía estirando el cable del teléfono fijo para esconderme y tú lo haces con audios de WhatsApp). Reírte mucho. Pelearte para que te dejen salir.
Tienes que ir a hacer el magosto a Montealegre y preferiblemente no bajar rodando. Soñar con la excursión de fin de curso. No dormir en toda la noche el día que se queda en casa tu amiga del alma.
Tienes que pedir que te compren esas zapatillas, disfrutar cuando las estrenes o disgustarte si no vas a poder estrenarlas, porque no toca gastar.
Con 14 o 15 años tienes que empezar a saber qué quieres hacer de tu vida y cambiar diez veces de opinión. Tener un profesor que haga que su materia se convierta en tu favorita. Gritar tus canciones preferidas y morirte por ir a un concierto, porque va a ser el concierto de tu vida. Tienes que empezar a saber cómo se mueven las mariposas en el estómago y entender lo que significa la risa tonta.
A los 14 o 15 años tienes que hacer muchas cosas. Pero no ser víctima de violencia de género, como ya le ocurre en Ourense a algunas adolescentes, según han advertido en el centro de información de la mujer. Si te vigila, si te controla, si te habla mal, si te aleja de los demás, si te dice lo que debes hacer y, por supuesto, si te pega tienes que saber que eso no es amor ni nada que se le parezca.