Quedan solo dos días para la tercera gran celebración navideña, la fiesta de Reyes que, en mi opinión, todavía mantiene un carácter entrañable en comparación con el despropósito lumínico en que se ha convertido la Navidad. La mayoría de concellos o parroquias, dentro de sus posibilidades, tenían siempre su cabalgata o visita de los Reyes Magos. No es comparable a la competición entre ciudades para ver quién pone el árbol de Navidad o la mayor cantidad de luces. Algo que ya se está desmadrando por todas partes. Hasta los vigueses, después de que las luces de Caballero pusieran a la ciudad en el mapa de destinos vacacionales para estas fechas, parecen estar hartos de los efectos colaterales negativos de esos excesos. Al final, se hace molesta tanta luz, tanto gentío y hasta el alcalde vigués decidió adelantar el apagado de las luces. No hace falta tanto. La fiesta de Reyes, aun con su boato y su séquito, parece algo más sostenible y más cargada de tradición que ese lucerío que parece pretender ser una suerte de Times Square importado por unas semanas en cada ciudad o pueblo. Así que toca disfrutar con ilusión esta última fiesta, en la que la recolección de caramelos nos iguala a todos, seamos pequeños o grandes, residentes en aldeas o en el centro de la capital. Es el momento de mandar las cartas con deseos por cumplir y regalos por recibir. Como la escrita a los dueños de la Romántica, el popular restaurante que lleva años cerrado y añorado por sus clientes. O como la reivindicación del arreglo de la vieja locomotora de A Ponte, que los Reyes Magos verán aún oxidada en Ourense por años de abandono.