Es verdad que la mejor forma de predicar es el ejemplo. No recuerdo que, de niña, mi padre me dijera muchas veces que me esforzara. Pero mis hermanos y yo, como veíamos que él y mi madre lo hacían, lo considerábamos una obviedad. Para nosotros el esfuerzo era como el valor en la mili. Se nos suponía. Siempre bromeamos con eso cuando nos ponemos enfermos el fin de semana que tenemos libre en el trabajo. ¡Si hasta esperamos a tener a covid cuando ya no daban baja médica!
Ahora que muchos no conocen el significado de la palabra esfuerzo —también hay quien lo conoce pero prefiere la definición de sopa boba— y aspiran a ver la vida pasar, aunque cómodamente, cobran más importancia los ejemplos. Como el del joven ciclista ourensano, y en poco tiempo médico, Iván Feijoo, que contaba sus planes de futuro en el periódico de ayer. Cuando competía con su club de Maceda no solo se llevaba la bici. También los libros. Y ahora está a punto de empezar a preparar el mir. O el de Concha López, la ourensana a la que la CEO nombró empresaria del año hace unas semanas y que hoy, en estas páginas, recuerda que empezó limpiando unas galerías y acabó generando decenas de puestos de trabajo.
En una sociedad en la que el triunfo se mide, en ocasiones, en ‘me gusta’, retuits y seguidores, reconforta comprobar que hay quien sigue dando lecciones (sin pretenderlo) sobre esfuerzo, compromiso, superación personal. profesionalidad o seriedad.
En una sociedad en la que los botarates hacen más ruido que la gente corriente, consuela saber que sigue habiendo ejemplos en los que fijarse y que, a pesar de todo, merece la pena pelearse contra la mediocridad. Aunque sea más cansado.