Yo soy el carnaval

Marcos G. Hervella TRIBUNA ABIERTA

OURENSE

Cigarrón de Verín
Cigarrón de Verín MIGUEL VILLAR

18 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Jamás fui de exaltados discursos, de largos monólogos, de sermones callados, de oratoria fácil y barata. La verdad nunca me ha hecho falta convencer a nadie y menos a partir de mentiras. Siempre dedicado a escuchar y a dar sin pedir nada a cambio. He estado con vosotros desde que todo comenzó, fui muchas cosas y ninguna de ellas. Ni en mi origen, ni en mi sentido primitivo logran ponerse de acuerdo los entendidos.

Ciertos etnólogos explican mi nacimiento con antiguos ritos, relacionados con ceremonias de fertilidad, otros por lo contrario, me relacionan con antiguas saturnales de la Roma clásica. De eso hace mucho, pero que mucho tiempo. A lo largo de los siglos me han llamado con diferentes nombres, pero siempre he sido el mismo. Son milenios observando vuestras vidas, sin gota de emociones, ni el más mínimo entusiasmo, sino me hubierais conocido sería como no haber vivido. Desde entonces existo. Talentos moralizadores fueron grandes enemigos míos, que no hartos gritaban por donde quiera: «El baile enfría el amor divino y despierta pasiones salvajes, sobre todo con los disfraces, donde se juega con la perdida de la identidad para dar rienda suelta al diablo que muchos llevan dentro»; «Los bailes especialmente los de máscaras, son gavilla de demonios, estragos de inocencias, solemnidades del averno, tinieblas de varones, infamia de doncellas, alegrías del Diablo»; «El baile es malo, pero el de etiqueta y máscara es ya el vestíbulo de las casas públicas».

He besado el azote de prohibiciones o refrendos, acorde a la doctrina de los gobernantes del momento. Los Austrias me hostigaron, los Borbones me auxiliaron, Fernando VII me abolió para implantarme después, Primo de Rivera me despidió, la República me contrató, y las autoridades gubernativas del Franquismo veían en mí un peligro político. Sin embargo, y a pesar de los años de interrupciones, sigo vivo.

Aun así siguieron viéndome como una amenaza de orden moral y los religiosos sermoneaban a las mujeres desde pulpitos y plazas: «Brazos descubiertos hasta cerca del sobaco, piernas al aire, escotes de cremallera en pecho y espalda, gafas oscuras, vestidos ceñidos. ¡Van peor que desnudas!»; «¡Todos estos disfraces y estos bailes son un insulto al espíritu de nuestra Cruzada y son repudiados desde el cielo!»; «¡Quieren destruir el pudor de la mujer española no perdiendo medio alguno, y son los bailes de máscaras uno de los instrumentos más usados!».

Sobreviví al pecado mortal, a todos lo anatemas y censuras. Sobreviví. Me subestimaron, pero en realidad aquí sigo. Cuanto más prohibido, más glorioso fui. Yo, un insignificante nombre. Y cuando no era aquí era más allá. De ser un Dios adorado, a llegar a ser perseguido, profanado. Nacer y morir año tras año, durante ciclos. Me mezclaré una vez más con todos vosotros, con el sonido vigoroso de los tambores despertaremos al sol y nos congregaremos en las explanadas de las plazas. Mi deleite no tiene fondo, estoy pletórico, soy un revolucionario humanista, me gusta ofrecerte lo que quieras, sin atreverme a juzgarte, soy tu otro yo. Puedo ser rico o pobre, médico o enfermo, hombre o mujer, dictador, obispo, macarra, santo, puta, soldado, político, rey, señora y señorito. Seré lo que tú quieras que sea. Pedid y se os dará.

No vayáis de protagonistas, es mi tiempo, es completamente mío, solamente mío, de nadie en particular, sin distinción de raza, sexo, clase o religión. Yo estoy en todos. No tengáis peloteras ridículas sobre mis preferencias por pueblo, aldea o comarca, pues estoy en todas partes por igual. Lo que le falta a uno lo encuentro en el otro. No ganaré nada.

Aun así me recostaré a lo largo de vuestras mesas y os serviré los placeres del cerdo, haré reír a la cachucha, bailarán las filloas, las orellas, cantará el licor café y pondré lamparones de abundante vino en vuestras vestimentas. No os negaré la carne ni los vicios terrenales y os entregaré a los excesos divertidos. Solamente yo puedo perturbar la realidad cotidiana y el orden establecido. Pero deberéis andar con pies de plomo, porque cuando el ritmo de la danza se detenga quedareis solos, estaréis en un lugar oscuro, en una larga farsa.

Llorareis mi muerte hasta que anuncie mi nueva llegada. Pero hasta entonces seréis esclavos de las normas, de los imperativos, de las obligaciones, inmersos en vuestros trabajos. Yo no estaré, pero percibiré en vuestros rostros que no subsiste huella alguna de alegría.

Ahora es el momento. El momento del canto compartido, del abrazo extendido, de risa contagiosa. ¡Déjame!, no tengo más que decirte. No seas necio, que haces aun leyendo. ¿A qué esperas? Así que vamos. Adelante, marcha, ¡corre mientras puedas!, que el tiempo vuela que se las pela y dentro de poco me estarás llorando. Yo no soy un santo, tampoco soy un brujo ¿Entonces qué eres?, te preguntarás. Yo soy el Carnaval.